miércoles, 26 de septiembre de 2007

¿Una historia sin final?: "La Muerte del Señor Lazarescu"

x Jorge Ugaz

Leía un número pasado de la revista Film Comment cuando me topé con un artículo sobre "A History of Violence", del canadiense David Cronenberg. El inicio del segundo párrafo decía: "WARNING: Big spoilers ahead"*, lo cual me llevó a preguntarme cuán limitada está a veces la actividad crítica por el hecho de no poder, en la práctica, mencionar o hablar sobre el final de una película. O mencionar hechos o cuestiones clave que si el espectador las sabe de antemano, el efecto final se estropea. En particular, me parece de alguna manera contradictorio para un crítico comentar una película sin poder mencionar el final justamente si se da el caso que dicho final forma parte fundamental de la película misma.

Me preguntaba porqué es que el cine actual (y aquí habló de TODO el cine actual) nos ha hecho depender tanto de un final contundente, inesperado. Paradójicamente, esperamos un final inesperado. O un final a secas. Un buen "tan-tannnn!!!". Muchas veces ese final representa para nuestras emociones la catarsis tan esperada, la interminable carcajada, o el puntillazo final que nos logre arrancar el llanto, el alivio, la alegría, o la sensación de haber visto una historia que termina, que se cierra. El caso extremo es cuando la cinta termina brindándonos no sólo un final "de película", sino que además se nos dice en texto sobre fondo negro cómo terminaron sus vidas los protagonistas principales. Es como un final-final, y les garantizo además que esos son los minutos en los que más atención uno obtiene del público, y uno hasta puede escuchar sus sorprendidos y satisfechos "aaaaahhhh....". No, no basta con un final, el espectador quiere saber que pasó-pasó.... al final-final. Ya pagó su entrada, y espera y demanda un final.

Son pocas las películas que vienen a mi mente en la cual la historia propiamente dicha no tenga un final claro. Que no se nos explique cómo es que todo encaja, y qué le sucedía finalmente al protagonista principal, o a los secundarios. Viene a mi mente "25th Hour" de Spike Lee, en la que casi desde el inicio sabemos que Edward Norton irá a la cárcel, y observamos todo lo que él hace preparándose emocionalmente para ese momento. Incluso imagina un escape y tener una vida "normal", al mejor estilo de "La Ultima Tentación de Cristo" de Martin Scorsese; la última toma nos muestra a Edward en auto en dirección a la cárcel, con un gesto de impotencia y terror. Y de pronto, nada más. Ruedan los créditos.

Otro ejemplo más reciente es "Caché" de Michael Haneke, en la que luego de habernos mostrado de manera indirecta lo tensa e hipócrita de las relaciones en Francia con la diversidad racial e histórica de sus habitantes, especialmente con aquellos de países norafricanos, y luego de haber creado tramas y subtramas alrededor de unos videos caseros y de narrar sucesos traumáticos en la niñez del personaje encarnado por Daniel Auteuil, queriendo ligar y desligar lo uno de lo otro, zas!!!, una larga toma de las afueras del colegio del hijo de Daniel, en la que nada aparentemente extraño sucede, aunque nuestros ávidos ojos busquen denodadamente encontrar algo escondido (Caché en francés). Pero sólo vemos niños y jóvenes saliendo de la escuela, de pronto una conversación entre dos jóvenes personajes que aparentemente nos develaría el misterio, pero de pronto, paf, los créditos. (En lo personal, este final me pareció impecable, luego explico porqué). Todo cambió el día de ayer, en que presencié un monumento de película que, lo digo sin ningún reparo o temor a arruinarle la película a nadie, no tiene final. "La muerte del señor Lazarescu", del director rumano Cristian Puiu es, de lo que he visto, la única obra maestra del año 2006. Y suelto el big spoiler de una vez: Dante Remus Lazarescu, aquel de cuya muerte trata el filme, no se muere. Por lo menos no durante el tiempo que cubre la película pues, cuando ésta termina, Dante sigue vivo. O parece estar vivo. Y créanme, no sólo ello no importa, sino que además eso potencia de una manera, ésa sí inesperada, las principales ideas y emociones del filme.

"La Muerte del Señor Lazarescu" narra de manera impactante y muy inteligente las últimas horas de vida de Dante Lazarescu (el nombre del personaje resulta perfecto por sus alusiones a los anillos del infierno en La Divina Comedia, así como por su alusión a Lázaro, el que resucita de entre los muertos), interpretado por Ion Fiscuteanu. Dante es un hombre que vive solo con tres gatos en un miserable departamento en un barrio de clase media baja en Bucarest. Poco se nos dice sobre la vida de Dante: le falta un mes para cumplir 63 años, tiene una hermana de la cual depende para sobrevivir, una hija casada en Toronto, viudo desde hace ocho años, tuvo una operación de úlcera hace 14 años, es alcohólico y suele tomar desde temprano por las mañanas una mezcla de alcohol, miel, y no recuerdo qué más, de nombre Mastropol.

El filme empieza cuando Dante Lazarescu empieza a sentirse mal de salud. Dolores de cabeza y de estómago que intenta eliminar tomando más Mastropol. Náuseas acompañadas de vómitos con sangre le hacen pedir por teléfono una ambulancia, la cual no llega hasta que sus vecinos hacen la llamada. Bajo la atenta mirada y permanente permanencia de la enfermera Mioara Avram a su lado, una mujer de unos 50 años, Dante iniciará un recorrido por los infernales anillos del sistema de salud público de Rumania, sistema en el cual se enfrentará a la indiferencia, humillación, falta de respeto y de compasión, reduciéndolo literalmente a un animal enfermo, vulnerable y abandonado. La toma final, en la que el cuerpo de Dante yace desnudo de costado en la camilla, casi inconsciente producto de su misma enfermedad, con la cabeza rapada, en una habitación fría, verde, de luz fluorescente, nos hace sumamente difícil poder respirar con normalidad. Resulta difícil no pensar que de morirse Dante en ese mismo momento ante nuestros ojos, nada, absolutamente nada cambiaría. Resulta casi imposible no sentir la "corporalidad" de uno mismo sentado en la butaca del cine. Puiu decide que no es necesario mostrar a Dante morir pues, y eso es lo terrible de todo esto, no haría diferencia. Nos basta con lo que hemos visto, y ver a Dante morir no va a aumentar nuestra compasión hacia él, y nuestro desgarro y honda tristeza será la misma. Nos dice implícitamente además que la muerte no se da con el suspiro final, sino que es más un proceso, en este caso lento y circular: hemos presenciado durante 150 minutos la progresiva muerte de Dante Remus Lazarescu.

La dirección de Puiu es impecable. Una cámara en mano (o mejor dicho, al hombro), en estilo cuasi-documental, persigue rostros y acciones, y cada cambio de rumbo toma tiempo, todo trámite, examen, prueba, cambio de hospital, etcétera, se lleva a cabo sin jumpcuts, lo cual agudiza nuestra percepción de estar viviendo algo en tiempo real, de estar viendo un video casero. La atención a detalles menores como conversaciones sobre cargadores de celulares, o coqueteos entre enfermeras y doctores, no hace más que agravar nuestra creciente sensación de desesperación pues vemos como la salud de Dante se deteriora a pasos agigantados, vemos cómo su capacidad de entendimiento cae, pasando de quejas a frases sin sentido, terminando en sonidos casi guturales y finalmente en silencio, un silencio que parece más bien la aceptación de su propio destino.

Nuestra frustración crece pues sabemos cosas que los doctores no saben, y sin embargo tenemos que sentarnos a contemplar una tras otra, las repetidas tomas de la presión, análisis de sangre, las mismas preguntas, o los interminables comentarios sobre su olor a alcohol barato cuando, sabemos nosotros, ello poco o nada tiene que ver con su estado actual. Las tomas son lo suficientemente largas como para ayudar a llevar el ritmo pausado y medido de las acciones, y las tomas cercanas – nunca close ups – están muy bien controladas, sin abusar nunca de ellas. La cámara no tiene piedad en mostrar el lento deterioro de Dante, y si bien esa insistencia por parte de la cámara puede entenderse como frialdad, yo la entiendo más como compasión, sobre todo cuando la cámara busca con insistencia el rostro de la enfermera Mioara en los momentos en los que ella es nuestra única esperanza dado el desinterés de los médicos o enfermeras y la falta de respuesta consciente por parte de Dante. Y justamente cuando ya nos hemos aferrado a ella, los doctores se encargan de hacerle (hacernos) recordar, no con poco escarnio o humillación, que ella no es más que el último escalón en la jerarquía médica. La fotografía es impecable, se mantiene simple y no obstruye nuestra limpia apreciación de lo que sucede. Mas los amarillo y verdes biliosos del interior de la ambulancia o de las salas de emergencia resultan sumamente efectivos.

Cristian Puiu decidió que lo más apropiado para cerrar el filme era simplemente poner el fondo negro y que rueden los créditos. Y es esa misma falta de conclusión lo que hace que uno vuelva al filme una y otra vez, cuando las luces ya se han encendido, tratando de encontrar una explicación a lo que acaba de suceder y a lo que vendrá después. Si es que hay un después. Pues esa repentina oscuridad representaría la muerte misma: llega cuando tiene que llegar, sin mediar mayor explicación, o lágrimas, u observación ética o moral sobre lo que acabamos de presenciar. No hay lugar para frases cliché: No, no es cierto que la vida continúa, y sí, el hombre murió en vano. Y de pronto, plaf, se acabó.

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* En castellano simple significa: "Cuidado, a continuación mencionaremos ciertas partes de la película que si las lee antes de ver la película, reducirá su disfrute de la misma". Es decir, "ojo, en alguna parte del artículo, te soplamos el final".

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