domingo, 18 de julio de 2010

Cancer Vixen de Marisa Acocella

Un amigo se preguntaba, medio sorprendido, por qué casi no había lectores de historietas mujeres. Durante su estadía en la Feria Nacional del Libro de Lima 2009, Ariel Olivetti daba una interesante explicación de que las mujeres eran menos susceptibles a las imágenes, a lo visual, en comparación con los hombres, explicación que, sin embargo, no comparto del todo. Y no estoy de acuerdo porque, por poner un ejemplo, encuentro más mujeres que hombres que se sienten atraídas hacia la pintura o el cine. Además, porque la historieta no es sólo imágenes sino argumento, drama, historia. Habría, creo yo, que ensayar otra explicación y antes, incluso, comprobar si en realidad las mujeres lectoras de historietas son tan pocas. En mi experiencia personal sólo puedo decir que la mayor de mis sobrinas ha heredado mi fascinación por las historietas, mas no mis sobrinos, y que una de las personas más acuciosas y conocedoras de historietas que conozco es una mujer, gracias a quien he conocido una serie de historietas notables que tenía fuera de mi radar. Una de estas historietas es, como para darle mayor significado a lo que hablo, un estupendo cómic autobiográfico escrito y dibujado por una mujer, Marisa Acocella, titulado Cancer Vixen.

Cancer Vixen es una historieta autobiográfica, en la cual su neoyorquina protagonista de 43 años, -cartonista de The New Yorker, New York Times, y Glamour magazine-, la propia Marisa Acocella, repentinamente se ve enfrentada, a sólo tres semanas antes de casarse, a una cruda realidad: descubre que tiene cáncer de mama. A partir de ahí todo en la historieta es intenso. Las emociones de la protagonista son narradas con una enorme sensibilidad (іla de la propia protagonista!) y con una competencia impresionante que, me atrevería a decir, suelen ser, generalmente, mejor captadas por mujeres que por hombres.

Hay una enorme riqueza no sólo en cómo transcurren los hechos en la vida de Acocella sino también, y principalmente, en cómo trascurren sus pensamientos y emociones, los cuales son tanto o más intensos que los hechos de la vida misma. No se trata sólo de lo que vive la protagonista, sino de cómo lo vive. A la tragedia de conocer la terrible noticia le sigue el desaliento, la depresión, la renuncia a ciertos sueños y la desesperanza; y a éstos, el valor, la energía y los deseos de vivir. A todo ello se sobrepone un enorme aprecio por la vida y el amor de Silvano Marchetto, su amigo y compañero fiel en toda circunstancia, (de quien uno podría llegar a pensar que no existe, que es parte de la ficción que se ha permitido la autora para narrar su biografía y hacerla menos pesada, a no ser que el tal Silvano sí existe y tiene un restaurante italiano en el centro de Manhattan llamado Da Silvano). Como resultado de todo esto, la historieta, lejos de tener un tono gris (lo digo en sentido literal y figurado), está llena de colorido, de esperanza, de deseos de vivir. De una lucha por la vida. (Antes de que llegue la historieta a mis manos, yo había esperado encontrarme con un libro de tonos grises, menos con el que tenía al frente mío, uno lleno de colores rojos, rosados, amarillos, etc., pintando viñetas que más parecían captar imágenes de una fiesta para niños).

La cruda realidad que le significó saber que tenía cáncer le permitió a Acocella valorar la vida y a sus seres queridos, incluida su pintoresca madre. Enfrentarse a la muerte, nos dice Marisa Acocella, fue una experiencia “que me ha cambiado para siempre”. “Soy aún más afortunada de lo que piensan” dice también Acocella, para dejar en claro cómo esta tragedia le hizo sacar lo mejor de sí misma, como su sentido de solidaridad. En efecto, Acocella cuenta que, mientras escribía su memoria gráfica, supo que el 49% de las mujeres que eran diagnosticadas con cáncer de mama y no tenían seguro médico tenían un mayor riesgo de morir por este mal, dado que el costo del tratamiento era de 200 mil dólares. Conocer esa cruda realidad (que afortunadamente para ella no fue la suya, porque su esposo, sin que ella lo supiera, la había incluido en un seguro médico) la llevó a establecer la Fundación Cáncer Vixen, para ayudar a mujeres que padecen esta enfermedad y que no cuentan con un seguro. Los lectores podemos decir, también, que gracias a esa “tragedia” Acocella nos ha regalado una de las mejores historietas autobiográficas de los últimos años.

Salón del Cómic en la 15ta Feria Internacional del Libro de Lima 2010

Empieza la Feria Internacional del Libro de Lima 2010 y el día de su inauguración, el jueves 22 de julio, también se inaugura el Salón del Comic. El acto de inauguración será a las 2.30 pm y estará presente, como invitado especial, nada menos que el dibujante argentino Enrique Alcatena (ilustrador de DC y la Marvel, pasando por Skorpio en los 80s). Este año la feria se realizará en las instalaciones del Parque de los Próceres (Matamula). Como para no perdérselo.

La organización del Salón del Comic está a cargo de la Cámara Peruana del Libro, Perú21, El Blog La Nuez y la librería Contracultura. El curador de la muestra es nuestro querido historietista Javier Prado, actual ilustrador del diario El Comercio y autor de la recordada gallinita Clo-Clo.

domingo, 11 de julio de 2010

La verdad de cada uno





Cada vez se escucha más que cada uno tiene que descubrir su verdad. La verdad, valga la redundancia, es que hay una enorme diferencia entre encontrar un propósito en la vida de cada uno y en creer en una verdad que se ajuste y acomode a la vida de cada uno. Hablo de la verdad en el sentido de lo justo, de lo correcto e incorrecto. Podemos contestar y decir que lo justo para uno no necesariamente es percibido como justo para otros, pero que haya esa diferencia de percepciones ¿acaso implica, necesariamente, que no exista una verdad sobre lo que es correcto o no?

Al respecto, Tim Keller cuenta, en su libro "En Defensa de Dios", lo siguiente: «Durante muchos años, después de los servicios del domingo en la mañana y en la noche, permanecí una hora adicional en el auditorio para responder las preguntas de centenares de feligreses. Una de las frases de que escuchaba con mayor frecuencia era: “Cada persona tiene que definir lo que es correcto y lo incorrecto por sus propios medios”. Yo siempre respondía preguntando: “¿Hay alguien en el mundo que haga cosas que tú crees que ellos deberían dejar de hacer, sin importar en lo que crean que es su conducta adecuada?”. Ellos decían invariablemente: “Sí, por supuesto”. Yo les preguntaba entonces: “¿No significa eso que tú crees que existe algún tipo de realidad moral que está ahí, que no es definida por nosotros, y que debe ser obedecida sin importar lo que sienta o piense una persona?”. Casi siempre, la respuesta era un silencio, ya sea porque se quedaban pensando o porque se ponían de mal humor». (En Defensa de Dios, pág. 48].

El problema de pensar que cada uno puede definir su verdad es que ignora que el sentido de lo correcto o incorrecto de cada uno afecta a otros. Resulta limitante, también, porque uno puede creer en algo porque le es absolutamente funcional, porque le da mayor comodidad, y validar así una serie de acciones extremadamente egoístas que sólo funciona para uno, pero que es mala para los demás. El problema de optar por una verdad que nos es funcional es que sólo nos es funcional a lo que somos ahora, y si lo que somos ahora es, por ejemplo, una persona egoísta, esa “verdad” nos condenará a serla por mucho tiempo, a no ser que algo cambie radicalmente en nuestra vida. Bajo esa lógica un criminal puede también encontrar su verdad (la verdad como sinónimo de lo justo) y no tendrá (ni él ni nosotros) ninguna esperanza de que cambie. Su verdad lo hará sentirse bien consigo mismo y con los demás, sin tener que llevar encima de él algún cargo de conciencia que lo invite a cambiar. O sea, ajustando la verdad al camino que optó por seguir, en lugar de ajustar su camino a la verdad.

Aunque determinar qué es correcto e incorrecto no es sencillo, ello no debe ser motivo para no buscar lo correcto. Sólo reconociendo que hay una verdad que va más allá de lo que es funcional para mí, incluso aunque no sepa cuál es esa verdad, me permite considerar entre mis acciones aspectos que tomen en cuenta el bienestar de otros. Ahora bien, si somos capaces de pensar que hay una verdad que va más allá de lo que nos es meramente funcional, independientemente de que sea complicado hallarla, y tratamos de actuar conforme a ella, puede ser que al principio no nos sea funcional y que, acostumbrados a vivir de determinada manera, nos traiga más problemas en la vida, pero estos problemas estarán presentes sólo hasta que logremos adecuarnos a la verdad, como sentido de lo correcto.

Pensemos otra vez en el criminal que quiere regenerarse y que por ello deja de lado lo funcional de su verdad (la que le permitía mentir, robar y abusar de los más débiles sin sentir cargo de conciencia). Al principio su deseo de regenerarse le traerá conflictos, angustias y privaciones, pero una vez terminado ese proceso, la verdad le será completamente funcional. Lo que quiero decir es que la diferencia entre nuestra verdad y la verdad es que la primera me será funcional siempre, porque se adapta a las situaciones que más me convienen, pero con ella dejo de lado lo que es correcto y justo para con los demás, porque sólo busco mi propia satisfacción. Mientras, la segunda, si bien puede no serme funcional al inicio, terminará siéndolo luego de un tiempo, con la enorme diferencia de que no sólo será mejor para mí sino para el resto. No habré adaptado mi sentido de lo correcto a mis conveniencias y forma de vida, sino mi forma de vida a lo que es correcto.

De otro lado, la supuesta tolerancia expresada en que cada uno descubre su verdad no es compatible con pensar y creer, por ejemplo, que en el mundo existen injusticias que deben ser combatidas porque, en ese caso, no habría forma de alegar que la justicia es más que la perspectiva de unos cuantos. Bajo la situación anterior, sería cuestionable tratar de imponerla al resto, a no ser que crea que haya algo que trasciende a la forma de pensar de cada uno, como en el pasaje que cité del libro de Keller.

Decir que cada uno debe encontrar su verdad, finalmente, puede ser una forma muy cómoda de no asumir compromisos de conducta que nos obliguen a cambiar. Hay un tema muy emparentado con toda esta filosofía y es que, cuando relativizan lo correcto, las personas tienden a separar su sentido de justicia sobre lo privado y lo social. Mucha gente, por ejemplo, suele ser muy moralista socialmente hablando (en términos de justicia social, igualdad de derechos, solidaridad, etc.) pero muy relajada en términos de ética privada (en términos, por ejemplo, de la ética de pareja o ética entre amigos) porque simplemente los cambios en esta última esfera de su vida le obliga a realizar modificaciones de conducta que le exige asumir compromisos y esfuerzos mucho mayores que en la esfera social, en la cual muchos cambios pueden llegar a realizarse sin que la persona que luche por ellos, por la justicia y los derechos humanos, tenga que hacer profundas modificaciones en su estilo de vida y en lo que le es funcional en su vida diaria. Es mucho más difícil ser justos y honestos con las personas que nos rodean que luchar y bregar por un cambio en la sociedad. Eso es así, creo yo, porque la gran parte de las grandes injusticias sociales se dan por pequeñas concesiones que hacemos todos y cada uno de nosotros para tolerar que se den esas injusticias, por tanto, también, se pueden lograr grandes cambios sociales sin que haya, necesariamente, grandes cambios en el estilo y forma de vida de las personas que la integren. Pero, en nuestro ámbito más íntimo, si queremos suprimir algún tipo de injusticia de la que somos objetos o, peor incluso, somos la causa, la cosa es muy distinta: los cambios que tenemos que hacer son notorios. Por eso mismo, creo, para mucha gente resulta atractivo separar su sentido de justicia social de su sentido de justicia privada, relativizándolos. Ello porque es más difícil luchar por una sociedad más justa, siendo también personas más justas en nuestra vida privada, que luchar por la justicia social, pero seguir actuando en nuestra vida privada injustamente.