x Carlos Tovar
¿Que cómo cabe tanta vida y color en un mundo blanco y negro como el tablero del ajedrez? No lo sé, pero cabe y he visto discurrir, a través de ese mundo, un sinfín de historias de vidas colectivas e individuales. He visto, con pena, a un peón aferrarse a su existencia en la septuagésima etapa de su vida, esperando una corona que nunca llegó; y a otro, desesperado, corriendo a doble paso en auxilio de su Rey, dispuesto a entregar su vida por su monarca. He contemplado a otros tres, corajudos, vencer a todo un ejército, sin amedrentarse ante un enemigo más poderoso; pero también he observado, incrédulo, cómo un peón traicionaba a su bando, protegiendo el castillo del enemigo, para luego ser aniquilado por éste. He admirado cómo un caballero sacrificaba su vida por la de sus compañeros, incursionando en el campo enemigo, para terminar devorado, aunque no en el olvido; y cómo otro entraba en un castillo troyano y desde adentro forzaba la rendición del enemigo. He sido testigo de cómo un sordo alfil se largaba a una muerte segura, desobedeciendo las órdenes del rey; y cómo otro, ni bien iniciado el combate, se adentraba al campo rival paralizando a las huestes contrarias. He visto a un castillo derrumbarse ante el ataque de un pequeño hombre, aprendiz de caballero, pero valeroso; y a otro servir de escudo a su rey, hasta que le quitaron el último ladrillo. He observado cómo una reina, valerosa, emergía victoriosa en una incursión en el campo enemigo, sin más armas que su inteligencia y valor; y a otra volver a la vida y vencer a sus victimarios y lograr una victoria inesperada. He sido testigo de cómo un rey, abatido, lloraba por la pérdida de sus huestes, e impotente veía al ejército enemigo hacer trizas a sus caballeros; y a otro, desesperado, cruzar el mundo entero, en diagonal, para proteger a sus peones, lo único que le quedaba de su otrora poderoso ejército. He observado cómo otro rey, pese a estar rodeado de enemigos, resistió tenazmente y logró ahogar las ambiciones de victoria de su enemigo; pero también a un rey cobarde que, por negarse a salir a defender a su ejército, terminó perdiendo lo poco que tenía. He observado a dos fatigados reyes firmar las paces, tras perder a casi todos sus hombres, resignados a regresar a casa con las manos vacías. Y he sido testigo de cómo un ejército completo observaba, impotente e incrédulo, cómo su monarca era raptado y arrastrado hasta el campo enemigo, para ser ejecutado en él ante la mirada atónita de todos. He visto un sinfín de historias, de vidas escaqueadas, pero, por sobretodo, he visto a dos personas, escapando a sus propias vidas y apoderándose de unas que no les pertenecen, reproducir, incansablemente, unas vidas tan atribuladas y finitas como las suyas. Hasta que la muerte o el reloj del tiempo los detuviera.