Meditando sobre el regalo más importante que he recibido en mi vida, la gracia de salvación a través del sacrificio de Jesús, he pensado en todas aquellas personas que sembraron y compartieron, de muchas maneras, la palabra de Dios conmigo. Todas ellas han sido una bendición en mi vida. Recordando a las más cercanas, quiero agradecer a todas ellas, así, en silencio, pero con sinceridad.
A ustedes So y Si, mis hermanas de carne y espíritu, a las que amo y agradezco haberme compartido, desde el amor, el mensaje de Jesús, aun cuando durante años desdeñé sus palabras, como diciendo “aunque Jesús puede ser todo lo que ustedes dicen, yo no lo necesito para vivir”. Y pasaba de casi todo lo que me decían. A ti So, por ser la primera en mi familia en creer, cuando con quince años, nos sorprendiste a todos diciendo que te habías vuelto cristiana. (Revolucionaste todo en casa, hermana). Y por satisfacer, aún hoy, mi curiosidad en cuanto a algunos pasajes bíblicos y a los fundamentos de la fe. Porque en todo ese tiempo sembraste la Palabra en mí. A ti Si, por hablarme con todo ese amor que me ha calado hondo. Por tu anhelo de tener una familia cristiana, que comparto, y por orar incansablemente por mí durante todos estos años. (Aquí estoy, hermanita). Por todas las cartas que me escribiste y que ahora llevo conmigo, porque me reconfortan, me dan dicha. A Fr y Ce, por ser como son, por ser auténticos y por ser hombres de verdad. Porque tengo mucho que aprender de ustedes. A ti querido amigo Ce, que no sé por dónde andarás, y a quien ahora recuerdo porque fuiste el primer amigo cercano que se convirtió en cristiano, en la época del cole, con 13 años. A ti mi entrañable amigo Al, por enseñarme tanto, por reflejarme el amor de Cristo, por tu amistad y aprecio. Has sido una bendición en mi vida. A ti abuelita Ju, madre de mi madre, que acabas de partir. Porque eres la primera imagen que tengo de una persona de mi familia leyendo las Escrituras y hablando de Dios desprovista de toda religiosidad, pero rodeada de mucha humildad y fe. Y como no, a ti madre, porque pensando distinto de tu hija mayor, nunca le prohibiste creer en lo que creía (siempre has sido así, viejita) y porque quince años después, tú también la acompañaste en ese viaje. Y por tenerme siempre en tus oraciones, incluso ahora que caminamos juntos en la fe. (Te amo). Y sobre todo, te agradezco ti Señor. Por tu gracia salvadora, por haberme dado la oportunidad de conocerte y aprender a amarte, desde mi imperfección. Porque estos dos años contigo han sido los más importantes de mi vida, los de mayor aprendizaje. Los años que se quedarán conmigo. Porque me estuviste llamando durante largo tiempo y yo ignorándote. Porque sé, porque es una promesa tuya, que tu mano no me soltará jamás.
2 comentarios:
Carlos,
Que precioso, una declaración de amor para Jesús y el agradecimiento de quienes hicieron ahora de tí un hombre de fe, que orgullo leer tu nobleza en esas palabras, que el Señor te acompañe siempre, así será, no sueltes su mano tan cálida que te acompaña siempre, su amor nunca falla!!
Un abrazo,
JT
Gracias Jenny!
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