domingo, 5 de septiembre de 2010

Llenando el vaso con el agua correcta


El pasaje de Jesús con la mujer samaritana siempre me había gustado porque en él Jesús rompía con dos barreras culturales importantes de su época. Primero, hablaba con una mujer de igual a igual y, segundo, con una samaritana, quien pertenecía a un pueblo enemistado con los judíos.

Recientemente, a través de un buen amigo, comprendí que este pasaje tiene aun mucha mayor riqueza. Nos habla de saciar nuestra sed con el agua correcta. Muchas veces buscamos llenar nuestra vida, nuestra sensación de vacío, con algo o alguien, sin darnos cuenta de lo realmente necesitamos y, como resultado de ese error, al poco tiempo volvemos a tener la misma sensación de vacío que teníamos al principio. El pasaje de Jesús y la mujer samaritana trata precisamente de eso.

Como se sabe, Jesús se sentó al lado de un pozo y en eso una mujer samaritana llegó para sacar agua de él. Jesús le pidió a un poco de agua y la mujer, sorprendida, le respondió: ”¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana?”. Jesús le contestó “Si supieras lo que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida”. Más adelante, Jesús le dijo “Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna”.

Jesús llevó la conversación hasta develar que la mujer había tenido cinco esposos y, además, que quien tenía en ese momento por compañero no era su esposo. Las palabras precedentes de Jesús tenían mucha relación con lo que vivía la mujer: ninguna de sus relaciones previas había funcionado porque con ninguna de ellas había llenado su verdadera necesidad. Ella había tenido cinco esposos pero, al cabo de un tiempo, se había separado de todos ellos para volverse a casar. Siempre había vuelto a sentir sed. Ninguno de sus cinco esposos había llenado su real necesidad, ni su actual compañero tampoco. Jesús sabía que lo ella necesitaba era de Él, de su palabra, del amor de Dios, aunque ella ni siquiera lo imaginaba. Jesús le ofrecía darle de beber un agua que iba a saciar su sed definitivamente.

Seguramente la mujer se sorprendió que Jesús la abordara directamente, pero más aun cuando le ofreció saciar su sed para siempre. Quizás hasta entonces los hombres se habían acercado a ella con otras intensiones, pero Jesús, quien conocía (conoce) el corazón de las mujeres y de los hombres, lo hizo para ofrecerle el agua que ella andaba buscando sin saberlo.

Estoy convencido que todos necesitamos de Dios, que sin Él estamos incompletos y vacios. Aunque por épocas podamos tener satisfacciones que nos hagan sentir felices, todas ellas nos brindan satisfacciones temporales que al cabo de un tiempo se desvanecen. Ni las riquezas, ni aun siquiera el sabernos amamos y queridos termina por llenar ese espacio que sólo puede ser llenado por Dios. Solo Jesús puede saciar esa sed, sólo es cuestión de probar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

gracias por tu amistad, todo este tiempo q hemos compartido nos hemos edificados mutuamente. a pocos les digo esto yo perdi un hermano joven al cual ame mucho, y Dios me ha regalado un excelente amigo y hermano en la FE, sigamos adelante animemonos mutuamente...tu pata juanjo.

Carlos Tovar dijo...

Juanjo, gracias ti, hermano, por tu amistad. Es una bendición en mi vida. Un abrazo, Carlos