jueves, 5 de noviembre de 2009

Viendo la oscuridad


Empecé a usar anteojos a los 11 años de edad y cuando niño, al ver cómo avanzaba progresivamente mi miopía, alguna vez me pregunté cómo sería mi vida si perdiera completamente la vista. Con 13 años vine a ser absolutamente dependiente de mis anteojos, especialmente cuando atendía a la escuela o salía a dar una vuelta por mi barrio de noche. Mis anteojos eran lo primero que mis manos, a tientas, buscaban cuando despertaba. Desde el 2006, gracias a los avances de la cirugía ocular, ya no los uso. Curiosamente fue en ese año cuando leí por primera vez un discurso de Borges sobre la ceguera, el cual me sorprendió enormemente porque me hizo conocer aspectos sobre la ceguera que en los que no había reparado hasta entonces.

Borges nos dice que la gente se imagina al ciego encerrado en un mundo negro cuando en realidad no es así. Justamente, dice Borges, el negro es uno de los colores que los no nacidos ciegos más extrañan. Quedé impactado por esta información, aunque aún no había captado lo que implicaba para un ciego ser incapaz de percibir el color negro. “A mí [dice Borges] que tenía la costumbre de dormir en plena oscuridad, me molestó durante mucho tiempo tener que dormir en este mundo de neblina, de neblina verdosa o azulada y vagamente luminosa que es el mundo del ciego. Hubiera querido reclinarme en la oscuridad, apoyarme en la oscuridad”. Hasta que leí esto no había reparado que, en realidad, la oscuridad no era la ausencia de visión sino, por el contrario, la plena y absoluta visión de un solo color, de lo negro, de lo oscuro. La oscuridad SE VE.

Para quienes como Borges necesitamos ver la oscuridad para dormir o, algunas veces, para escuchar música, la imposibilidad de ver la oscuridad puede resultar una tortura. El ciego, nos dice Borges, “vive en un mundo bastante incómodo, un mundo indefinido, del cual emerge algún color: para mí, todavía el amarillo, todavía el azul (…), todavía el verde (…). El blanco ha desaparecido o se confunde con el gris. En cuanto al rojo, ha desaparecido del todo…”.

A diferencia del sordo que puede escuchar el silencio, el ciego no puede ver la oscuridad, esa oscuridad que tiene la virtud de hacer que todo lo que nos rodea se torne en una sola masa enorme y oscura, donde no hay partes sino un todo, el cual, además, termina convirtiéndonos en parte de él…

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