Dicen que cuando sus vecinos le tocaban la puerta a Zandrox, fallecido astrólogo y hacedor de horóscopos limeño de los ochentas, y éste preguntaba “¿quién es?”, pícaramente le respondían: “adivina”.
Parece broma pero para mucha gente la adivinación es cosa seria. Esta práctica existe desde por lo menos 3 mil años atrás y tal vez me quede corto en cifras. Todo el mundo conoce a alguien que se ha leído las cartas, la mano y todo lo que se pueda leer, para saber qué le depara el futuro. Y no sólo personas místicas sino también personas que creen fervientemente en el poder de la ciencia y lo racional.Antes de continuar debo decir que creo en la ciencia pero reconozco en la misma ciencia ciertas limitantes. La ciencia busca descubrir y explicar la verdad, no es la verdad en sí misma. Está limitada por la compresión de la mente humana, ésta a su vez por la observación, esta última por los medios que disponemos para observar, etc., etc., etc. La ciencia, por ejemplo, no acepta el presentimiento como un medio válido. Y, en términos prácticos, y por rigurosidad, está bien que sea así, pero ello constituye una limitante de la ciencia para observar el mundo que nos rodea y en última instancia para dar explicación a todo lo que ocurre en él, al menos por ahora. Es una situación que debemos aceptar si queremos ser objetivos. Pese a ello resulta difícil teorizar la validez de la intuición y el presentimiento, -por mencionar unos ejemplos-, como medios, primero, de observación y, luego, de conocimiento; pero están allí y no podemos decir que no importan.
Estoy seguro que, a estas alturas, habrás pensando ya en más de una experiencia en la que la intuición y presentimiento te sirvieron más que tu retina y oídos (de la intuición, también, se sirvieron varios grandes científicos para hacer sus descubrimientos). Más de uno ha pensado en un ser querido al que no ha visto en mucho tiempo y de pronto se entera que esa persona estuvo muy enferma o se murió. O se ha despertado a medianoche pensando en un ser querido cuando en ese mismo instante ese ser había ido a parar a un hospital. Ese tipo de fenómenos, por llamarlos de alguna manera, les suceden a algunas personas frecuentemente más que a otras, por lo que no podemos afirmar que sea una casualidad. Creo, simplemente, que esas personas tienen más desarrollados los presentimientos que otras.
La adivinación, sin embargo, es un tema más oscuro. Es una práctica que está mucho más extendida de lo que parece y entre gente de distintos estratos sociales y niveles de educación. Como expliqué, no creo que sea posible analizarla desde un punto de vista científico porque tiene muchos elementos que escapan a los parámetros de la ciencia. Puedo hacer de escéptico y decir que son inventos de gente ignorante, pero sería muy simplista hacerlo. Así que dejo la ciencia de lado, y me quedo con la intuición y la razón (fuera de la ciencia hay también razón). Y, especialmente con mi fe, atreviéndome a hablar de este fenómeno desde mi fe en Dios. Todo esto puede sonar absurdo o muy difuso para las personas que no creen en Dios, pero, justamente, el ánimo que tengo es compartir todo esto entre aquellos que creyendo en Dios acuden y se hacen dependientes de los adivinos. Así que, querido lector, agnóstico o ateo, quedas advertido.
Básicamente, la adivinación apela, en mayor o menor medida, al hecho que la mayoría de gente sucumbe a la tentación de saber qué le depara el futuro. Lo curioso es que algunos adivinos terminan convirtiéndose en guías y consejeros de las personas que acuden a ellos, a quienes, por una módica o inmódica cantidad de dinero, les dicen lo que necesitan saber sobre su futuro. Por lo que sé, además, prácticamente todos los adivinos son tan espirituales que creen en Dios. Es curioso que no haya adivino ateo. No dudo que algunos pocos de ellos son medianamente certeros (aunque intuyo que más adivinando el presente que adivinando el futuro) pero creo que todos, sin excepción, representan una farsa. Unos, la gran mayoría, porque no tienen ninguna habilidad de adivinación, son simplemente charlatanes. El resto, los que tal vez tienen esa capacidad, porque mienten al presentarse como guías espirituales o una suerte de mensajeros de Dios.
En la Biblia, e incluso en el Corán, la adivinación sin un propósito divino es una práctica prohibida por Dios. Existen muchos pasajes desde los tiempos de Moisés en los que, explícitamente, la adivinación es considerada una práctica condenada por Dios (ver por ejemplo los libros de Levítico y Deuteronomio). En términos bíblicos, la predicción del futuro está reservada sólo a Dios. Así, por ejemplo, vemos que Jesús mismo hizo predicciones, como por ejemplo la destrucción de Jerusalén. Otras predicciones bíblicas fueron hechas a través de profetas como Isaías y Daniel, quienes por ejemplo profetizaron sobre la venida de Cristo y su reino (Isaías 53 y Daniel 10). Sin ir más lejos, el Apocalipsis, conocido también como Revelaciones, es un libro que contiene profecías sobre el fin de los tiempos. La profecía, a diferencia de la adivinación, es por voluntad divina no humana.
Resulta interesante notar que la Biblia no niega que exista gente con el poder de la adivinación (o espíritu de la adivinación como se le denomina en algunos pasajes bíblicos) pero prohíbe practicarla (la profecía tiene sólo propósitos divinos, no el provecho individual). Además de prohibirla, Dios advierte que él tiene el control de lo que acontecerá. El libro de Isaías dice «Yo frustro las señales de los falsos profetas y ridiculizo a los adivinos; yo hago retroceder a los sabios y convierto su sabiduría en necedad» (Isaías 44:24). En el libro de Miqueas se dice: «12 Pondré fin a tus hechicerías y no tendrás más adivinos. 13 Acabaré con tus ídolos y con tus monumentos sagrados; nunca más volverás a postrarte ante las obras de tus manos» (Miqueas 5:12).
Pese a lo anterior, quienes practican la adivinación se presentan así mismos como creyentes en Dios. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, que narra la labor evangelizadora de los primeros cristianos, hay un pasaje muy claro sobre cómo los adivinos se presentan a sí mismos como seguidores de Dios sin verdaderamente serlos. Lucas, acompañante de Pablo y autor de este libro, cuenta que: «16Una vez, cuando íbamos al lugar de oración, nos salió al encuentro una joven esclava que tenía un espíritu de adivinación. Con sus poderes ganaba mucho dinero para sus amos.17 Nos seguía a Pablo y a nosotros, gritando: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, y les anuncian a ustedes el camino de salvación”. 18 Así continuó durante muchos días. Por fin Pablo se molestó tanto que se volvió y reprendió al espíritu: “¡En el nombre de Jesucristo, te ordeno que salgas de ella!” ». Resulta, a todas luces, un pasaje muy esclarecedor.
Estoy convencido de que en el mediano o largo plazo las personas que depositan su fe en la adivinación terminan, en el mejor de los casos, sólo saboreando un pedacito de todas las bienaventuranzas que sus adivinos les predicen (o creen que les han predicho, porque el poder de la sugestión es enorme), pero que, a la larga, terminan sintiendo la misma incertidumbre sobre su futuro que sentían cuando acudieron a éstos. No deja de asombrarme cómo mucha gente está más abierta a la experiencia de depositar su fe (porque al final de eso se trata) en las artes y consejos de un adivino, que, aunque sea por curiosidad, intentar un acercamiento a Dios a través de Cristo.