sábado, 16 de noviembre de 2013

La Trinidad es amor


Uno de los mayores misterios contenidos en la Biblia y revelado por Dios a los hombres es la existencia de la Trinidad. Es decir, la existencia de tres personas en Dios. Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas en un solo ser.
Explicar la Trinidad es complicado, pero, como dice Timothy Keller, pastor de Redeemer Church, más complicado incluso es tratar de explicar a Dios sin la existencia de ella. ¿Por qué? Porque sin la existencia de la Trinidad nos encontramos ante la imposibilidad de explicar que Dios es amor. ¿Por qué? Porque todo aquello que Dios es lo ha sido siempre porque es inmutable en su Ser. Dios es amor, antes, ahora y siempre. Por la eternidad. Aun cuando la creación no existía, Dios era amor. Entonces, si Dios fuese unipersonal ¿cómo podría haber sido amor cuando no había creado aun a los ángeles ni al hombre? ¿quién habría sido el objeto de su amor si además de él, un ser unipersonal, no habría habido nadie más? No es posible explicar la afirmación de que Dios es amor con un ser unipersonal. Sin embargo, un Dios trino puede explicarlo perfectamente: Dios es amor porque cada persona de la Trinidad ama a las otras dos personas con un amor perfecto.
Cada persona de la Trinidad no busca lo suyo, sino glorificar a las otras dos personas. Por ejemplo, Jesús, el Hijo, glorificaba al Padre y al Espíritu Santo.
Respecto a lo anterior existe un malentendido de algunos que creen que Jesús era inferior al Padre por la forma en cómo se refería a Él, pero no es así. Jesús mostraba amor al Padre, no inferioridad. Jesús amaba al Padre y lo honraba en todo momento, pero lo mismo hacía el Padre con Jesús. En efecto, cuando Jesús fue bautizado, el Padre dijo “Este es mi hijo amado, en él tengo complacencia”. Luego, en el pasaje de la transfiguración de Jesús se escucha la voz del Padre decir: “Este es mi hijo amado; a él oíd”. El Padre no dijo “óiganme a mí”, sino le dio toda la honra al Hijo. En el libro del Apocalipsis la Biblia dice que Jesús será exaltado y que ante él toda rodilla se doblará.
Un Dios unipersonal puede ser todopoderoso, omnisciente, pero no amor porque en la eternidad no había nadie que pudiera haber sido objeto de su amor. Un Dios trino, en cambio, tiene el amor como centro de su ser. Tres personas en un solo ser en una relación de amor infinita y eterna. El amor de cada persona de la Trinidad hacia los otras dos personas de ella nos permite entender, también, porque Dios nos pide que no nos centremos en nosotros, sino que lo amemos. La razón es que el amor está en el centro de su Ser: el amor que no busca lo suyo, sino el bien de los otros, es el amor que caracteriza a Dios. Es Dios.

jueves, 14 de noviembre de 2013

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Me gusta aquella gente de una inteligencia clara, limpia, sin preconceptos. Aquella con capacidad para explicar con simplicidad algo enredado y para encontrar soluciones sencillas a problemas complejos…
Pero, más aun, me gusta la gente sencilla, sin retoques. Aquella que es siempre la misma, sin importar quien esté a su derredor. La auténtica, transparente, directa. La que no necesita de un reflector para sentirse importante…
Me gusta, asimismo, aquella que siempre piensa y habla bien del resto. Aquella que anda sin sobreentendidos o sospechando siempre del resto. Aquella que está más pendiente de dar un saludo, que en recibirlo. Aquella que no anda juzgando a la gente, condenándola, discriminándola, sino alentándola…
Me gusta aquella gente que conserva su niñez, que sabe sacar al niño o niña que hay dentro de sí. Y aquella que posee la capacidad de sonreír aun en momentos difíciles; de agradecer a Dios. Aquella que se atreve a decir lo que siente, sin temor, cuando debe hacerlo…
Pero, especialmente, me gusta aquella gente que es lo suficientemente inteligente, sencilla y auténtica para saber pedir perdón y saber darlo.

martes, 29 de octubre de 2013

El Corazón Delator

Los comienzos son tan importantes y la literatura lo sabe bien. Una buena novela o cuento tiene siempre no sólo un buen final sino también un buen comienzo. Un ejemplo de ello es el de “Cien años de Soledad” del Gabriel García Márquez. El Gabo empieza así una de sus más célebres novelas: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde lejana en la que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

Se trata de un comienzo magistral, formidable. En pocas líneas, el Gabo ha sido capaz de presentarnos un personaje y hacernos que nos interesemos en él, preguntándonos ¿por qué lo van a fusilar? Y, también, de crear, de inmediato, un ambiente de nostalgia al presentarnos los recuerdos de la niñez de ese personaje (¿hay algo que cause más nostalgia que un hombre a punto de morir recordando su niñez?). Y, finalmente, de sorprendernos respecto al personaje, al hacer que nos preguntemos ¿qué tipo de individuo es éste que no conoce el hielo?

Un comienzo magistral, sin duda, para una novela notable. Sin embargo, si tuviera que quedarme con algún comienzo, me quedaría con el del cuento “El Corazón Delator” de Edgar Allan Poe, mi héroe de la literatura, a quien descubrí cuando tenía 11 años, hurgando en el libro texto que mis hermanos mayores llevaban ese año en el cole. La foto de un hombre de amplia frente y mirada asimétrica y algo adusta me llamó de inmediato la atención. El título del cuento también, el cual empezaba así:

“¡Es verdad! Soy muy nervioso, extraordinariamente nervioso. Lo he sido siempre. ¿Pero por qué dicen que estoy loco? La enfermedad ha aguzado mis sentidos, pero no los ha destruido ni embotado. De todos ellos el más agudo es el oído. Con él he escuchado todas las cosas del cielo y de la tierra, y no pocas del infierno. ¿Entonces, cómo, puedo estar loco? Observen con qué calma, con qué serenidad, puedo contarles esta historia”.

La impresión que este comienzo causó en mí aún perdura en mi memoria. Hasta entonces, los cuentos o pocas novelas que yo había leído eran narrados por alguien que parecía omnisciente, lúcido, equilibrado. Alguien certero, que no mentía, que permanecía más allá de bien y el mal. Alguien como un dios contando una historia. Un narrador inerrante. Pero esta vez, para mi sorpresa, quien contaba la historia era una persona que, aunque se esmeraba nerviosamente por convencernos de todo lo contrario, estaba evidente e irremediablemente loco. El resto del cuento es, también, magistral.

Ese comienzo trajo consigo que quiera leer más de Poe. Leí todos sus cuentos, su única novela, sus poemas y ensayos, por demás brillantes. Descubrí una de las mentes más brillantes que he conocido a través de los libros, una inteligencia notable, un raciocinio impecable.

Poe rompió mi pequeño mundo literario, le dio un giro sin retorno; me hizo conocer que los personajes, aun quienes narraban la historia, podrían ser tan frágiles, tan humanos como cualquier otro.

Luego supe que Poe había sido el iniciador del género policiaco con los “Asesinatos de la Rue Morgue”, donde nos presentó al analítico Aguste Dupin, de quien Conan Doyle se inspiró para hacer su célebre Sherlock Holmes. Fue, también, iniciador del género de miedo, referente hasta hoy, y por siempre, de cualquier autor que escriba en ese género. Incursionó, asimismo, en el género de aventura y, para sorpresa de muchos, en el de humor y con no poco brillo. Influyó en R. L. Stevenson, quien tenía hacia Poe una rara combinación de admiración y crítica; en Baudelaire; en Verne; en Bradbury; en Lovecraft; en Borges; en Cortázar; en Quiroga y en tantos otros grandes de la literatura.

Poe es admirado también por autores de otras artes. En el cómic, nada más y nada menos que Alberto Breccia, uno de los más grandes dibujantes de historietas de todos los tiempos, ha adaptado una notable versión del “El Corazón Delator” al cómic.

En cuanto a la música, Silvio le dedicó “La trova de Edgardo”; The Beatles lo pusieron en la portada de su “Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band”; Bob Dylan basó su canción “Just like Tom thumb´s” en un cuento de Poe y The Cure, su canción “Just like Heaven” en uno de sus poemas; Alan Parsons Project dedicó una serie de canciones a Poe en su disco “Tale of Mystery”; Lou Reed le rindió homenaje en su album “The Raven”…

… Y Gustavo Cerati, con Soda Stereo, compuso “Corazón Delator”, en clara alusión al título del cuento de Poe, canción que ahora posteo, aun cuando su letra tenga poco que ver con el relato de Poe. No deja de ser un buen pretexto para juntar a Poe y Cerati en un solo post.


"Corazón Delator"

sábado, 28 de septiembre de 2013

Conversaciones Absurdas (6)



- Deja ya de estar posteando fotos en el instagram. 

- Un toque, que posteo sólo una pic más... 

- El instagram hace creer a la gente que es fotógrafa y el face, que tiene amigos... 

- ¡Espera! Me gustó esa frase... 

- ¿Qué haces?

- ¡La estoy posteando en mi face!

jueves, 12 de septiembre de 2013

Lo visible de lo invisible


x Carlos Tovar

Durante las últimas décadas, los agujeros negros han sido motivo de gran estudio por parte de la ciencia, permitiendo tener una mayor compresión del Universo. Se conoce, por ejemplo, que concentran una gran masa la cual que genera alrededor suyo una enorme gravedad que atrae todo aquello que pasa dentro de su radio de atracción. Ni la luz, que parece indetenible con respecto a su recorrido, puede evitar ser atraída por un agujero negro.

Si bien son tan reales como los cuerpos celestes que observamos en el Universo, lo curioso es, sin embargo, que los agujeros negros son invisibles. Y no porque no tengan color o alguna forma, sino porque no pueden ser observados por el ojo humano. Resulta imposible que una persona pueda ver, aun con la ayuda del telescopio más potente del mundo, un agujero negro, porque no podría estar lo suficientemente cerca para hacerlo, sin que antes esté lo suficientemente próxima como para ser absorbida por su descomunal gravedad.

Entonces, la pregunta que surge es ¿cómo se sabe que los agujeros negros existen si nadie los ha visto jamás? Simplemente por los fenómenos que ocasionan a su alrededor. Por ejemplo, la luz tiende a curvarse cuando “pasa cerca” de un agujero negro. Podemos, también, deducir que son negros porque al tener una enorme gravedad, la luz no puede salir ni escapar de ellos, quedando absorbida en sus “profundidades”. El resultado es la ausencia total de luz; la negrura. Así, a través de sus efectos, lo inobservable de un agujero negro se hace observable… Lo invisible se hace visible…

Vemos pues que aun cuando nadie los ha visto, la ciencia no tiene ningún problema en aceptar la existencia de los agujeros negros. Entonces, pregunto, ¿por qué a la ciencia le resulta difícil aceptar la existencia de Dios por el hecho de que no pueda observársele?

Puedo contemplar la creación y ver, a través de ella, el poder y esplendor de Dios. Un diseño impresionante que no puede ser resultado de lo casual, de lo fortuito. Un Universo en el cual la fuerza de gravedad se encuentra justo en un rango que permite que haya vida en él (rango que representa el 0.0000000000000006% del total de valores posibles que podría tomar la gravedad); un Universo en el cual si su velocidad de expansión no tuviera una precisión de 1/100,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000, la vida en él sería prácticamente imposible; un Universo en el cual si la fuerza fuerte (que mantiene unidos los protones de un núcleo atómico) se redujera en apenas 1/10,000,000,000,000,000,000,000,000,000,000 de fracción, sólo existiría hidrógeno en el Universo y la vida en él sería imposible; un Universo en el cual si se incrementara la masa del neutrón en apenas 1/700 no habría fusión en las estrellas y ello la energía necesaria para la vida; un Universo en el cual si la fuerza electromagnética fuese ligeramente más fuerte o más débil, la vida en él sería imposible; un Universo en el cual la posibilidad de que existan todas las condiciones necesarias para la vida en el planeta son apenas 1/1000,000,000,000,000. Un Universo que requiere que existan cerca de 30 parámetros perfectamente calibrados para que pueda existir vida al menos en algún lugar en él.

El apóstol Pablo escribió: “Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa” (Romanos, capítulo 1, versículo 20).

La majestuosa creación habla del Creador, nos canta, desde lo más lejano y cercano del Universo, en lo más macroscópico y microscópico de él, que hay un Hacedor, un Diseñador. Pese a toda esa abrumadora evidencia, sin embargo, la mayor prueba de la existencia de Dios no es lo maravillosamente diseñado que resulta el Universo, sino Su obra en nuestras vidas, expresada en una vida cambiada, restaurada y feliz. Una vida justificada que Dios va perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús (Filipenses, capítulo 1, versículo 6). Hasta el día que lo invisible se haga visible y tengamos esa gloria, de la que alguna vez el ser humando fue testigo, en frente de nosotros. Cuando tengamos a Jesús delante nuestro, al alcance de nuestras pupilas. Un Jesús completamente observable, visible; Señor y salvador.

lunes, 25 de marzo de 2013

Lo que Jesús es...



Quién es Jesús, según la Palabra…

Nada de lo que ves; ningún cuerpo celeste por grande o lejano que sea o esté; ni los colores del atardecer, que dan la impresión de no tener espesura, tan solo belleza; ni los rayos de luz que cruzan el universo a una velocidad impresionante, inimaginable; ni el sonido que se desplaza a través del espacio; nada de nada se sostiene sin Él. Nada, porque a través de Él fue creado todo lo que existe y todo vino a ser a través suyo (Juan 1:3).

No te afanes si alguna puerta se cierra ante ti o una que esperas no se abre porque Él es quien cierra y nadie abre o abre y nadie cierra (Apocalipsis 3:7). Descansa en eso.

Jamás te sientas solo o pienses que llegaste a tu fin. Él es el primero y el último, el alfa y omega (Apocalipsis 1:8). Él ha estado presente desde el primer día de tu vida, e incluso antes, cuando eras solo un pensamiento en su eternidad. Estuviste en sus planes desde antes de que todo lo que ves existiera y estará presente en el último de tus días también, y aun después, porque estará contigo en la eternidad. Y no pretendas vivir al margen de Él porque no lo conseguirás o si pretendes que lo has conseguido serás, tarde o temprano, irremediablemente infeliz porque no fuiste creado para ser feliz de otra manera que no sea permaneciendo en Él (Juan 15:5). Recuerda que Jesús lo llena todo en todo (Efesios 1:23).

No intentes perfeccionar tu fe sin Él. Mira la cruz, piensa en su resurrección, visualiza la tumba vacía como la vieron muchos testigos. Escucha sus palabras. Escúchalo porque Él es la Palabra de Dios encarnada, pre-existente y eterna. Él es el autor y consumador de nuestra fe (Hebreos 12:2).

Él es todo lo que cuentan los Evangelios, lo que anunciaron los profetas desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Es quien nació en un pesebre y anduvo con 12 apóstoles. Es quien fue crucificado y resucitó al tercer día. Y ascendió. Es quien se le apareció a Pablo camino a Damasco convirtiendo, así, a un asesino de cristianos en alguien capaz de exponer su propia vida por causa del Evangelio. Es quien oró al Padre por sus enemigos cuando éstos le estaban quitando la vida en la cruz. Es quien hizo milagros, enseñó de día y noche y anduvo entre nosotros. Es el nombre por sobre todo nombre y ante quien toda rodilla se doblará y confesará que Él es el Señor (Filipenses 2:10).

Es eso y mucho más, pero piensa principalmente en esto: Él es quien, sobre sus ovejas, dijo “nadie podrá arrebatármelas de la mano” (Juan 10:28). Nadie es nadie. Nadie ni nada. Nadie ni nada. Repítelo hasta que se te grabe y seas absolutamente consciente de lo que eso significa. Podemos descansar en esa verdad…

martes, 5 de febrero de 2013

Buscando historietas: incursiones en el Centro de Lima


Las calles del Centro de Lima están estrechamente ligadas a mi afición por las historietas. La primera vez que fui solo al Centro sin permiso de mis padres fue cuando tenía 11 años. Fui a buscar historietas en los vericuetos de aquellas calles estrechas, despintadas, de muros carcomidos y pisos orinados. De borrachines a plena luz del día, zigzagueando entre las calles, de un sinfín de negocios desordenados con avisos mal escritos y llenos de color. Un lugar donde nadie parecía conocer a nadie, pero en el que sentías que habían muchos ojos mirándote.

Tomé un micro –la línea 152, creo, si la memoria no me falla– de Salamanca, mi barrio, al Centro. Viajé con una mezcla de sentimientos de culpabilidad y de emoción de lo que encontraría allá. Era como ir a la Selva, pero no para encontrar hojas de árboles sino hojas de papel, debidamente encuadernadas, con ilustraciones a todo color o en blanco y negro que, sabía, me sumergirían en un universo de ficción el cual, siempre o casi siempre, solía sentir tan real como la vida misma.

A los meses, la práctica de incursionar en el Centro de Lima se me hizo más frecuente. Para entonces, ya había logrado conocer una serie de “huecos” revisteros donde, perdido entre todo tipo de publicaciones, encontraba un oasis de historietas de buen calibre. A veces mis incursiones no me reportaban nada bueno, pero quedaban bien compensadas por otras que, si bien algo infrecuentes, me permitían encontrarme con joyas del Noveno Arte.

Recuerdo el local de Toribio Anyarín sobre el Jr. Puno. Era ése un lugar infaltable para visitar en cada incursión. El 99% de cosas en él no tenía mayor interés para mí, pero el 1% valía toda la pena de pasar un par de horas buscando la aguja en el pajar. En este local compré por lo menos un ciento de historietas de Spider-Man y Conan y, especialmente, de Skorpio Gran Color, –y toda la familia de Ediciones Récord– la revista argentina que me abrió al mundo de una serie de personajes de ficción que valoro tanto, aún hoy en día. Fue un antes y un después en mi adolecencia “historietil”, si cabe el término. Allí empezó un recorrido y búsqueda de nuevos lugares donde comprar cómics. Este local de revistas tenía una sucursal sobre Jr. Chancay, muy cerca de la Universidad Federico Villareal, el cual encontré en una de mis incursiones. Recuerdo, también, el local de “Albión” (creo que así se llamaba) en la esquina de Av. Abancay y Av. Cuzco (entonces, recuerdo, se escribía Cusco con z). Como era un local donde se vendía al por mayor, tenía, literalmente, que rogar para que me dejaran entrar. Un niño, era evidente, no iba a comprar al por mayor. Pasaba horas mirando revistas, una por una, hasta encontrar una historieta que valiera la pena. Habían otros locales sobre Av. Cuzco, Av. La Colmena y las calles aledañas que fueron mudándose de lugar en lugar a través del tiempo y terminaron perdidos en el tiempo. 

Al lado del Parque Universitario estaba el Jr. Cotabambas donde ocurría algo bastante singular: sobre este Jirón, transversal al Parque Universitario, uno podía encontrar una serie de puestos de alquiler de historietas y revistas, debidamente cubierto del sol y con una fila de bancas donde los transeúntes podían descansar mientras leían una historieta o revista. Difícilmente compraba algo: no quería alquilarlas, ¡quería llevarlas todas conmigo!. Es indescriptible la sensación que tenía de ver frente a mí tanta historieta que no podía comprar, y no sólo por la falta de dinero, que en sí era ya una restricción suficiente, sino porque había muchos números que ya no se editaban.

Tampoco faltaban las librerías como punto de destino Entre ellas, recuerdo especialmente “El Caballo Rojo”, que estaba sobre la Avenida Colmena, cerca al Parque Universitario. En esta librería, un oasis historietil en todo Lima, compré mi primera historieta de “Paracuellos del Jaramá”, “Koolau el Leproso”, “Erase una vez en el Futuro” y tantas otras genialidades de Giménez, uno de mis ídolos del cómic. Allí conocí, también, el arte de Alfonso Font y, sobre todo, de Moebious. Había, también, un viejo local de “Librerías La Familia” sobre la Av. Tacna en la cual compré mis “10 años con Mafalda” cuando tenía 11 o 12 años edad. Fue una compra extraordinaria, una excelente inversión que me acompañó durante años y a la que cuidé con celo extremo.

Con el tiempo, mis incursiones se hicieron poco recuentes. Habiendo dejado mi niñez atrás, me encontraba, como es natural, ocupado en diversas cosas y con menos tiempo para la búsqueda y lectura de cómics (aunque mi amor por las historietas se ha preservado intacto). Hacía incursiones más selectivas. Aunque no estaba o yo no conocía si tenía un local en el Centro, la librería "El Virrey" que quedaba en el distrito de San Isidro, sobre la calle Dasso, fue uno de los lugares que mejor oferta de historietas tenía. Recuerdo una vez que, saliendo de trabajar, me fui a "El Virrey" en búsqueda de alguna historieta o libro. Con gran alegría descubrí que acababa de llegar una excelente colección de “El Corto Maltés”, personaje que para entonces había convertido en mi héroe de ficción favorito. Compré todo lo que pude comprar de El Corto. El vendedor parecía muy feliz de la venta y definitivamente algo asombrado. Para mi sorpresa, a los pocos días salió una nota en el diario “El Comercio” en la cual entrevistaban a sus dueños o administradores, quienes decían algo así como “A veces, han venido personas y han comprado de una sola vez toda una colección de El Corto Maltés”. Sabía que, muy probablemente, era yo esa persona. Me causó agrado.

Los tiempos han cambiado. Los mejores lugares para comprar historietas en Lima ya no están en los “huecos” revisteros del Centro, sino en las librerías, empezando por Contracultura, El Virrey e Ibero Librerías. Hace poco tuve que ir al Centro para una reunión de trabajo. Al terminar cerca de las 6 de la tarde, decidí recorrer aquellos viejos sitios por donde solía caminar en búsqueda de historietas, como ahora suelo hacerlo, cada par de años. Ya no contaba con todo el tiempo del mundo para quedarme a buscar entre tantas revistas algo que llamase mi atención y sabía que, tampoco, había tan buena oferta de cómics como antaño, pero disfruté mucho recorriendo aquellas calles en búsqueda de sitios, muchos de ellos desaparecidos, y hacer un repaso en mi memoria sobre detalles y momentos que, cuando niño y adolescente, solían hacerme enormemente feliz. Inexpresablemente feliz. 

jueves, 17 de enero de 2013

Condorito es peruano

Entre las revistas que leía de niño, Condorito tiene una capítulo especial en mis recuerdos de niñez. Mi padre siempre traía un ejemplar a casa y lo disfrutaba enormemente. Y una de las cosas que yo más gustaba de ir voluntariamente a que me corten el pelo era la oportunidad de leer varios ejemplares de Condorito.

Cuando niño me llevó un tiempo saber que aquel personaje que parecía tan peruano (pobre, "recursero", criollo y sinvergonzón) era chileno. Fue una de mis primeras desilusiones con los personajes de ficción. No porque tuviese algo contra los chilenos sino porque para mí Pelotillehue, con toda su encantadora precariedad, sólo  podía ser una ciudad peruana. Justamente ahí residió el éxito internacional de Condorito: el que sus personajes y ciudad puedan ser familiares para todos los países de la región. 

Leyendo la edición especial de "Condorito: década de los 70s, los mejores chistes", publicada por Ediciones Origo, me entero que en los 70s el personaje sufrió algunos cambios con respecto a sus primeros 20 años -50s y 60s- precisamente para internacionalizarlo. Por ejemplo, se le quitaron los modismos chilenos y se sacó a Condorito de la pobreza extrema para posicionarlo en una clase media que permitiese una mayor identificación con el público latinoamericano. Ademas, Condorito abandonó su clásico cigarrillo para no dar mal ejemplo a los niños que lo leían (yo ni cuenta). 

Sea como sea, Condorito y todo su entrañable grupo de amigos y familiares -Coné, Yayita, Don Chuma, Che Copete, "Huevo Duro", "Garganta de Lata", "Cabellos de Ángel", Eungenio, Pepe Cortisona, "Tomatito", Doña Tremebunda, Cuasimodo, entre otros, así como su fiel perro Washington y su loro Matías- forman ahora parte de un mundo de ficción que transcendió las barreras de Chile y se convirtió en un personaje que bien podía ser peruano, boliviano, ecuatoriano, colombiano o argentino. Que más da.     

Entre las copas de árboles

Me gusta mucho "Entre los árboles" de Mar de Copas, quizás por lo sencilla, quizás por lo alegre, quizás por su franca ironía. Quizás porque no es ni pretenciosa ni una joya musical, tan solo una linda canción. Aquella parte final de "a tu conjuro, respondo con una flor" es simplemente encantadora.

Entre los árboles - Mar de Copas

sábado, 5 de enero de 2013

Las diversas fuentes de Poesía

Estos días venía pensando en la poesía, pero no en la que se presenta como tal, que puede llegar a ser todo lo admirable que es, sino en aquella que encuentro en las distintas formas de arte. Siempre me ha llamado la atención mucho más este tipo de poesía: la que encuentro en una novela o un cuento, en el cine, en las historietas, en las canciones... quizás por lo inesperado, lo repentino, del mensaje poético.


Me fascina, por ejemplo, la poesía que encuentro en la Literatura y en los libros. La que hallo en una novela como “Delirio”, de Laura Restrepo, en el gran amor que le profesa Aguilar a Agustina, su mujer, quien se extravió en medio de la locura y que él desesperadamente intenta traer de “regreso”. La poesía que hallo en “Los largos años” y “El marciano”, relatos del maravilloso libro “Crónicas Marcianas” de Ray Bradbury, quien, sin que uno sepa cómo, deja en el lector una nostalgia tan grande que no cabe ni en la tierra ni en el espacio exterior. Y la poesía que encuentro en Farenheit 451, también de Bradbury, en donde los libros ya no son grabados más con tinta sobre papel, sino con sangre que corre a través de las venas de personas que, ante la prohibición de un estado totalitario de reproducir libros (la lectura, teme ese estado totalitario, lleva a la reflexión y ésta, finalmente, al cuestionamiento del sistema), decidieron preservar las grandes obras de la literatura memorizándolas. Así, los libros respiran, caminan, hablan y huyen para salvarse. Me deleita, asimismo, la poesía que leo en la descripción pincelada y copiosa del llover de “El Anatomista” de Federico Andahazi, quien nos pinta, gota a gota, el escenario lluvioso que rodea a Mateo Colón, protagonista de esta gran novela, quien descubre la fuente de placer de la mujer. Y, desde luego, la poesía que hallo en el amor que le profesa Florentino Ariza a Fermina Daza en “El Amor en los tiempos del Cólera” de Gabriel García Márquez, un amor que tuvo que esperar cincuenta años para ser correspondido.


Y la poesía que hallo en la música, desde luego. Me fascina, por ejemplo, la poesía de “El espejismo de los sentenciados”, “Vesania”, “Naufragio de los océanos” y otras canciones de Daniel F, cantautor heterodoxo, subversivo, iconoclasta. La poesía de, cómo no, “Testamento”, “Cita con Ángeles”, “Llueve otra vez”, “Ojalá”, “Te doy una canción”, “Oleo de una mujer con sombrero”  y tantas otras canciones de Silvio, seguramente el más grande genio viviente de la música. Un poeta. Y la poesía de “Tu parte de adelante” de Andrés Calamaro, aunque suene medio atrevida para los puritanos -como les puede sonar el libro de Cantares- pero que bien uno puede dedicársela a su compañera para toda la vida. Y la poesía de “El tinte de tus ojos” de Frances Cabrel, demasiado triste, demasiado sentida, pero bella. Y cómo no, la de “La quiero a morir” -del mismo Cabrel- una canción que trasmite como pocas canciones la adoración hacia la mujer amada. Y la poesía de varias canciones o pedazos de canciones que dicen lo que quieren decir de una manera sutil o directa, sencilla o elaborada, clara o indescifrable, pero que, al fin de cuentas, es capaz de activar nuestras emociones y sentidos, intelecto e imaginación.

Y la poesía que hallo en el cine, como no podía faltar. Me conmueve, por ejemplo, la poesía de “Blade Runner”, de Ridley Scott, en aquel final bajo la lluvia, en la que un “replicante” -especie de humanoide- demuestra que ama la vida (humana) tanto o más que un propio humano, porque este último suele amar su vida, pero no necesariamente la vida. Sí, en aquel formidable final donde las lágrimas del replicante se confunden con la lluvia (a quienes nos ha pasado, hemos agradecido que la lluvia fortuitamente caiga para cubrir nuestras lágrimas, camuflándolas, escondiéndolas). La poesía que hallo en el también final bajo la lluvia de “Puentes de Madison” de Clint Eastwood (otra vez la lluvia como elemento poético), en la que Robert Kincaid, en un momento memorable de la película, anhela desde su auto -cuyas luces intermitentes en medio de la noche lluviosa marcan cada segundo cargado de grandes sentimientos- que Francesca Johnson deje todo y se quede con él. Y la poesía de “Las Alas de la Paloma”, del cineasta Iain Softley, en la que el amor y la muerte llegan de la manera más inesperada. Y, por sólo enumerar algunas más de una interminable lista, la que hallo en “Solas” de Antonio Zambrano, excelente película española, sentida, cuestionadora; la de “Sol ardiente” de Nikita Mijalkov; la de “La Misión” de Roland Joffé, donde el perdón, la redención y la lucha por la justicia cuestan la propia vida; la de “Danza con Lobos” de Kevin Costner, donde un hombre se da cuenta que no existe cultura, raza o civilización que esté por encima de la justicia; la de “Los Intocables” de Brian De Palma; la de “Cinema Paradiso” de Guiseppe Tornatore, todo un homenaje al cine; la de “La Rosa Púrpura del Cairo” de Woody Allen, mágica y soñadora; la de “Lost in Translation” (Perdidos en Tokio) de Sofía Coppola; la de “Relaciones Peligrosas” de Stephen Frears; la de “La vida de los Otros” de F. H. Von Donnersmarck; la de “Un lugar en el mundo” de Adolfo Aristarain; y tantas otras películas de cine que ahora no menciono, pero que me conmovieron profundamente. El buen cine es una fuente de poesía admirable y, a veces, avasalladora.

Y la poesía que hallo en la historieta. Me fascina, por ejemplo, la poesía de “Concierto en arpa y nitroglicerina”, de “Por culpa de una gaviota” y del final de “La Balada del Mar Salado” como la de tantas otras historias del Corto Maltés, marinero peregrino, idealista y entrometido creado por Hugo Pratt, genio del cómic, a quien admiro desde mi adolescencia. La poesía de “Blue” de Spider-Man, una obra maestra de Sale & Loeb, que me conmueve enormemente y que, lo digo sin vergüenza, humedece mis ojos sin comprender cómo puedo haber leído en una historieta de súper héroes una de las mejores historias de amor del cómic. Me sensibiliza la poesía de “Tito”, una de las historias de “Paracuellos del Jaramá” de Carlos Giménez, uno de mis héroes del cómic, un autor con un enorme sentido del humor y drama y a quien tuve la ocasión de conocer en persona. La poesía de varias de historias de “El Condenado” de Saccomano y Madrafina, las cuales, desde mi adolescencia, me dejaron claro que la buena historieta no tiene nada que envidiar a la buena literatura. La poesía de “Piel de Manzana” y tantos otros episodios de “Precinto 56”, saga policial de Ray Collins & Ángel Fernández, a través de la cual discurre el amor contrariado o ridículo –en el sentido que le daría Milan Kundera- de Zero Galván por Tippy Manix. La poesía que encuentro en “El viento de las desgracias” de la saga de Alvar Mayor, creada por Trillo & E. Breccia, que enfrenta al amor con el destino inevitable de la muerte. Y la poesía de “Arrugas” de Paco Roca, una sensible y triste historia sobre el mal de Alzheimer y la demencia senil, y cómo éstos pueden socavar no sólo la memoria, sino también con ella sentimientos como el amor.


Y, finalmente, la poesía que hallo en la vida misma. En el anhelo de cada día, en los sueños y esperanzas. En la nostalgia. En la sonrisa de la gente amada. En su felicidad. En la amistad. En el olvido y en el recuerdo. En el nacimiento de un niño, en la muerte de un anciano. En lo efímero frente a lo eterno. Pero, sobre todo, en la poesía que hallo en la muerte de un hombre en la cruz, que siendo Rey, todopoderoso, se hizo frágil, vulnerable al dolor, sudor, sed, hambre, rechazo y abandono. Quien por amor a su creación soportó todo ello y se hizo dependiente de una madre terrenal para ser amamantado, alimentado y protegido, pese a ser quien creó el universo. Entonces, como dice una canción de Juan Luis, “que me perdone el poeta, pero toda la poesía la encuentro sobre un madero, y me verso con sus rodillas que riman”…