Concurrió un buen número de personas y entre ese tumulto de gente pude ver muchas caras conocidas. Fue una gran oportunidad de reencuentro con personas que no veía años. Ahí, confundidos con un público nuevo, estábamos muchos de nosotros, antiguos compañeros y rivales ajedrecísticos universitarios, para recordarnos que nuestro cariño al ajedrez había sobrevivido al paso del tiempo. Algunos no nos veíamos años, pero rodeados de las mesas de ajedrez y los dos enormes pantallas de video a todo color que hacían un zoom de las caras de los campeones, era como si el tiempo no hubiera transcurrido. Ninguno era ya tan vicioso del ajedrez como antaño, pero, como parafraseando aquella canción de Flash Strato, uno podía hasta decir que "era la misma vieja forma, era el mismo viejo vicio". Por un momento, todo era ajedrez, otra vez.
Tuve la suerte, gracias a Carla Córdova del IPD, quien gentilmente se tomó el trabajo de darle a Karpov y Kasparov un par de mis libros de ajedrez que más aprecio, de obtener las firmas de estos campeones. Karpov me firmó el “Mosaico Ajedrecístico”, aquella joya ajedrecística que escribió junto a E. Guik en 1984. Kasparov hizo lo propio con la versión americana del libro que escribió el 2004 sobre Bobby Fischer en la cuarta entrega de la serie “Mis grandes predecesores”. La idea de hacerle firmar este libro a Kasparov la tomé de James Alvis. Me pareció inspirada la idea de obtener la firma de Kasparov en el libro que escribió sobre Bobby, mi ídolo ajedrecístico por años. Dos nombres que, después de todo, están ligados estrechamente aunque los separen 20 años de vida.
(Karpov y Kasparov)
Es imteresante contrastar los dos tipos de firmas. La de Karpov parece haber sido trazada con calma, mientras que la Kasparov de una forma intempestiva. Curiosamente, sus estilos de juego también corresponden a esas características.
Karpov, calmo, mientras meditaba su próxima jugada, alzaba a veces su mano derecha y se tocaba debajo de la oreja como rascándose, pero sin hacer mayores gestos con el rostro. Kasparov, en cambio, se rascaba la nuca como reaccionando a un agudo picazón y no pocas veces gesticulaba y sacudía la cabeza. Dos fortísimas personalidades, diferentes en casi todo menos en su devoción al ajedrez, que por una serie de circunstancias fortuitas coincidían en Lima.
Pasadas unas horas del encuentro, uno de mis amigos me manda un mensaje de texto, como si recién hubiera reaccionado a lo que acababa de ver, el cual decía “no puedo creer que haya visto a Karpov y Kasparov juntos”. No respondo, pero iba pensando en lo mismo...
1 comentario:
Me la perdí, noooooooooo!!!!!!!!!!!!
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