(Imagen del filme "Pablo de Tarso, el último viaje", 2009)
x Carlos Tovar
Sudoroso y agitado recordó aquella vez que, complacido, vio morir a Esteban a pedradas. Recordó cómo, con autoridad y soberbia, había asentido la muerte de aquel hombre. Creía, entonces, que tenía que exterminar a todos y cada uno de esos herejes quienes se habían atrevido a seguir a un hombre a quien llamaban Salvador y afirmaban haber visto resucitado tras su crucifixión. A Aquél que se había atrevido a desafiar a los fariseos como él, dejándolos en ridículo más de una vez ante los ojos del pueblo. Recordó cómo, con celo, guardaba, al pie de la letra, los ritos heredados de los padres de sus padres para honrar a Dios, a quien tanto amaba. Recordó también cómo, camino a Damasco, persiguiendo a esos a quienes llamaba herejes, una Luz lo encegueció y oyó una voz preguntarle “¿Saulo, por qué me persigues?”. Y supo que era la voz de Aquél, y recordó que sólo entonces supo que Aquél a quien perseguía era el mismo a quien tanto amaba. Y recordó cómo desde ese día se había convertido de perseguidor a seguidor y perseguido, predicando el mensaje de Aquél a quien antes persiguió. Rememoró como Aquél había advertido que él, ahora perseguido, iba a padecer por Su causa. Y recordó que desde entonces dejó su antiguo nombre, Saulo, el cual significaba “el deseado”, por el otro, Pablo, que significaba “el más pequeño entre todos”, nombre con el que ahora todos los conocían y que llevaba con orgullo. Y se acordó cómo, tras su conversión, su gratitud por Aquél lo había vuelto peregrino, viajero incasable y epistolero en pro de una causa que varias veces, como hoy, lo había puesto al borde de la muerte. Recordó aquellos años que estuvo preso predicando la obra de Aquél, y todas las torturas, hambres y padecimientos que pasó por Su causa. Se dijo así mismo, como una vez se lo había escrito a sus hermanos en Roma, que no se avergonzaba del evangelio, porque era poder de Dios. Recordó las burlas que hacía la gente al mensaje de salvación que predicaba, pero se dijo así mismo, como se lo había dicho a sus hermanos en Corintio, que el evangelio de Aquél era escándalo para los judíos y locura para los gentiles, y se sintió reconfortado al pensar así. Pasó sus manos por sobre las marcas de látigo que le habían dejado sus perseguidores, viejos compañeros quienes antes lo miraban con respeto y ahora buscaban acallarlo, y volvió a recordar que Aquél había advertido lo que él iba a padecer por Su causa. Ahora que estaba punto de morir, se repitió para sí mismo lo que había dicho más de una vez, que el morir le sería ganancia; porque finalmente estaría ante la presencia de Aquel a quien ahora, y desde Damasco, llamaba Salvador. Ahora que se había decretado su muerte, que la sangre de sus hermanos era derramada por todos lados, recordó su viaje camino a Damasco y su conversión, y se sintió agradecido porque desde entonces, aunque había padecido mucho, había conocido a Aquél. Y recordó que ya no tenía de qué afligirse, que en un abrir y cerrar de ojos, cuando la muerte lo cubriese, estaría con Aquél que dio su vida para que él, y todos en los que en Él creen, vivan para siempre.
(Relato basado en la vida de Pablo, el apóstol de los gentiles)
3 comentarios:
Hola Carlos.
Como te comenté leo de cuado en vez tu blog. He recordado aquella conversación en el café así como a aquella voz a mi costado izquierdo (ruido del mundo persistente).
Feliz Año Nuevo!.
Marina.
Hola Marina, gracias por leerlo. Y feliz año para ti también!
hello... hapi blogging... have a nice day! just visiting here....
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