(Pintura: "La dama en el centro de la acción"
de Elke Redher)
Hace poco en una amena conversación sobre ajedrez en la que tomé parte, se mencionó el tema de la participación de las mujeres en el ajedrez. Es un tema que por sí solo da para varias horas de conversación, pero del cual, desde estas páginas, me gustaría mencionar al menos un par de cosas.
de Elke Redher)
Hace poco en una amena conversación sobre ajedrez en la que tomé parte, se mencionó el tema de la participación de las mujeres en el ajedrez. Es un tema que por sí solo da para varias horas de conversación, pero del cual, desde estas páginas, me gustaría mencionar al menos un par de cosas.
Como sabemos, en la práctica profesional del ajedrez existen torneos y rankings exclusivamente de mujeres. La gente ajena al ajedrez queda sorprendida que ello sea así y no es para menos. El ajedrez no es lo mismo que el box en el cual la mayor fortaleza física de los hombres explica porqué las mujeres no pueden competir en igualdad de condiciones contra ellos. Tampoco es lo mismo que la gimnasia, disciplina en la que la mayor plasticidad de las mujeres confiere a sus movimientos una belleza estética difícil de superar por los hombres. El ajedrez es un deporte estrictamente intelectual por lo cual no deberíamos esperar ninguna diferencia entre las fuerzas ajedrecísticas de hombres y mujeres. Sin embargo, ello ocurre. En promedio, en el plano deportivo, los hombres tienen, indiscutiblemente, una fuerza de juego mayor que el de las mujeres. Algunos se preguntan por qué.
La respuesta, en realidad, no debería sorprendernos. Gran parte de la explicación se basa en las mismas razones por las que en diversos campos intelectuales ha habido un predominio del hombre sobre la mujer: desde siglos atrás ha existido un mayor condicionamiento social y cultural para promover y facilitar la práctica del ajedrez entre varones que entre mujeres. Como otras actividades intelectuales y artísticas, desde siglos atrás, el ajedrez era visto como una actividad exclusivamente para varones. En los siglos XVIII y XIX, el ajedrez, por ejemplo, se jugó mucho en los famosos cafés parisinos de entonces, en donde acudían los más afamados ajedrecistas. Los cafés eran los lugares de encuentro de políticos, poetas y literatos. Y ajedrecistas. Sitios con predominante presencia masculina. Durante el siglo XVIII, por ejemplo, el café de La Régence, en Paris era asiduamente visitado por Philidor (1726-1795), el mejor jugador de ese siglo. Durante el siglo XIX, también, La Régence vio desfilar a los mejores ajedrecistas de la época. Basta decir que ahí tuvo lugar el famoso duelo entre Daniel Harrwitz (1823-1884) y Paul Morphy (1837-1884), este último considerado el mejor jugador del siglo XIX. Como en muchas otras actividades intelectuales, las mujeres estaban prácticamente excluidas de toda la práctica y desarrollo ajedrecístico.
El siglo XX llegó con un peso cultural y clima poco favorable para la práctica del ajedrez entre mujeres, lo que se tradujo, comprensiblemente, en una menor fuerza ajedrecística promedio de las mujeres respecto a los hombres. Debido a esa diferencia, las mujeres participaban en torneos exclusivos para damas. Si bien esto permitió promover el ajedrez entre mujeres, el aspecto negativo de ello fue que empezó a asumirse con un hecho casi natural que las mujeres tenían menos fuerza para jugar al ajedrez respecto a los varones. La talentosísima jugadora rusa-inglesa Vera Menchik (1906-1944) puso el primer gran peldaño para empezar a cambiar esa mentalidad y limitante cultural, jugando exclusivamente torneos masculinos, con la sola excepción de los campeonatos mundiales femeninos. Durante su carrera, derrotó a fortísimos jugadores de su época [basta decir que tuvo victorias sobre Max Euwe (1901-1981), quien se convirtió en campeón mundial al vencer nada menos que a Alejandro Alekhine (1892-1946) y sobre Samuel Reshevsky (1911-1992), uno de los jugadores más talentosos de la post-guerra y uno de los grandes niños prodigios de la historia del ajedrez]. Era tal entonces el prejuicio a perder contra una mujer, que el conocido jugador Sultán Kan, al ser vencido por Menchik, no retornó a su país, Pakistán, por años por temor a que se burlasen de él.
Con toda esa herencia socio-cultural no es de extrañar que la práctica del ajedrez por parte de las mujeres haya carecido de la aceptación social y familiar de la que ha gozado la práctica entre varones. Aunque en menor medida que antaño, las niñas, por ejemplo, no cuentan aún con la misma aceptación y apoyo que con la que cuentan los niños. En un excelente artículo-debate entre Marcy Soltis y Susan Polgar, publicado por la revista americana Chess Life (julio 2006), titulado “Should Women’s Events be separate from Men’s?”, la segunda de ellas señala que “la sociedad no alienta o en realidad no acepta la idea de que las chicas jueguen al ajedrez”. Ni tampoco lo hace la propia familia, agrega Susan Polgar (1969-).
Existen, además, otros aspectos que explican porqué el desarrollo del ajedrez entre mujeres ha sido menor. De acuerdo con Susan Polgar, un primer aspecto es que, a diferencia de los varones, las damas están más orientadas a los aspectos estéticos del juego que a los resultados en sí mismos. Cultural o innato, el hecho es que este tema parece ocurrir en la realidad y termina gravitando en la actitud deportiva de las mujeres en el ajedrez y en sus resultados. Un segundo factor, mencionado también por Susan Polgar, es que durante la adolescencia, a diferencia de los hombres, las mujeres desarrollan más prontamente una mayor diversidad de intereses, lo que disminuye su interés relativo por el ajedrez, respecto a los varones adolescentes quienes concentran sus intereses en un menor espectro de actividades.
Un ejemplo notable en el cual varias de las limitantes que han enfrentado las mujeres en su desarrollo en el mundo del ajedrez (carencia de aceptación familiar, falta de estímulos adecuados para la práctica del ajedrez, etc.) fueron enfrentadas con éxito es, justamente, el caso de las hermanas húngaras Polgar; Susan, Sofía y Judit. Como se sabe, los esposos húngaros Polgar, deseosos de mostrar su tesis de que un niño puede obtener en determinada disciplina resultados sobresalientes si es que recibe los estímulos adecuados para desarrollarse, es decir “el genio se hace”, eligieron la práctica del ajedrez para demostrarlo. Siendo padres sólo de hijas y ningún varón, su experimento revistió, además, un interés en materia de género. En este experimento las limitantes antes mencionadas procuraron ser eliminadas o minimizadas. Los resultados no pudieron ser mejores. La mayor de las hermanas llegó a ser, además de campeona mundial femenina con relativa facilidad, una fortísima jugadora de ajedrez sin distingo de género. La menor de las tres, Judit (1976-), con 20 años de edad llegó a ubicarse octava en la lista absoluta del ranking mundial de la FIDE (1996), batiendo en el camino a los mejores ajedrecistas del Planeta. Superó por unos meses el récord de Bobby Fischer (1943-2007) de ser el Gran Maestro más joven de la historia (a los 15 años y 4 meses), récord que antes de ella no había podido ser superado durante 33 años, y alcanzó una fuerza ajedrecística muy inusual para una jugadora o jugador de su edad. Esto último llevó a que Anatoly Karpov (1951-) afirmase que Judit había alcanzado a los 16 años una fuerza táctica mayor a la que había logrado algún otro gran ajedrecista cuando tuvo su edad, incluyendo a Kasparov (1963-) y a él mismo, con la sola excepción de Bobby Fischer. [En la actualidad Judit ha mermado notoriamente su fuerza ajedrecística, debido a que ahora su mayor interés en la vida, como ella lo ha manifestado, es estar al lado de sus dos pequeños hijos]. Ante la pregunta “¿tiene sexo el ajedrez?” que le hicieran a Judit en una entrevista realizada en noviembre de 2007, ella tajantemente respondió: “No creo que tenga sexo. Hombres y mujeres deberíamos jugar en un ajedrez unificado (…) Es algo que la Federación Internacional debería considerar”.
Si bien existen razones que explican por qué el desarrollo del ajedrez entre mujeres ha sido menor que entre varones, en cualquier caso, en el mediano o largo plazo, la meta debiera ser lograr una sola categoría, sin distingo de género, en la que mujeres y hombres participen indistintamente. Aunque ello puede requerir aún transitar por un sistema de torneos separados (de lo cual es partidaria Susan, la hermana mayor de Judit) lo cierto es que la existencia actual de torneos exclusivamente femeninos no tiene ningún sentido si no es concebida como una transición temporal hacia esa meta.