[Publico un recuento, hecho por Carlos Romaní, de los próximos estrenos que esperan a los amantes del cine y la historieta del género de superhéroes. Carlos es un amigo de años, con el que comparto tres aficiones: el ajedrez, las historietas y el cine. Aunque en el ajedrez tenemos gustos más parecidos (por ejemplo, nuestra admiración por el juego de Bobby Fischer) que en las historietas y el cine, siempre me resulta ameno charlar con él sobre las películas que más le entusiasman. Carlos Tovar]
x Carlos Romaní
Me gustaría compartir los próximos grandes estrenos de películas basadas en cómics.
Abril
“Iron Man” (abril 30). Cuenta con Robert Downey Jr. en el papel principal del excéntrico millonario Tony Stark, quien se convierte en el superhéroe Iron-Man. La verdad hasta ahora es la película que más promete... los efectos especiales son simplemente extraordinarios y Downey Jr. está preciso para el papel de Stark.
jueves, 20 de marzo de 2008
domingo, 16 de marzo de 2008
Un hombre de setenta años que jugaba al ajedrez
Comparto con ustedes un cuento que hice hace mucho tiempo que recién me animo a publicar. Espero les guste (Carlos Tovar).
El hombre entró como quien entra a un lugar que conoce muy bien. Como quien ingresa a su dormitorio, o a aquel lugar de su casa que más disfruta. Sólo que esta vez no era ningún lugar de su casa, era un club de ajedrez. Uno vetusto y pequeño, como todos los clubes de ajedrez de la ciudad de Lima. Uno que él frecuentaba desde hace más de cuatro décadas.
Su raza negra le ayudaba a esconder muy bien que sobrepasaba los setenta años. Tenía el pelo gris, la cara adusta y un caminar cadente, pero determinado. Al lado de él marchaba una dama blanca. Ella, aunque menor, parecía varios años mayor que él. Los años que él aparentaba haber sorteado, ella parecía haberlos ganado. Su caminar era cansado. Y mientras andaba, medio arrastrándose, medio jadeando, miraba con ternura al hombre que tenía al lado. Al que acompañaba en ese ritual todos los lunes de cada semana, desde muchos años atrás, tantos que ya había perdido la cuenta.
Andrés, ese era el nombre de él, avanzó hacia la sala de juego y tomó asiento. Mariana, así se llamaba ella, asió una silla y, como era su costumbre, la puso lo más cerca de Andrés y se sentó en ella. Hurgó en su cartera y sacó un ovillo de lana y unos palos de tejer. Empezó a tejer como contando el tiempo. Como tratando de relajarse antes de ver que su marido empiece a jugar.
Andrés, como era su manía, empezó colocar y recolocar las piezas de ajedrez sobre el tablero, como si las piezas, habiendo cobrado vida propia, se hubieran movido de su lugar y necesitaran ser recoladas. En momentos como éste cruzaban por su memoria todos los torneos que había ganado en un pasado que ahora le resultaba demasiado lejano. Aquellos recuerdos pasaban por su cabeza con la misma rapidez con la que, en sus años mozos, solía calcular complicadas variantes de ajedrez. Mientras se encontraba absorto en sus recuerdos, repentinamente, su oponente apareció delante de él, como si una de las fichas hubiera cobrado vida y emergido del tablero para desafiarlo. Su rival apenas superaba los veinte años de edad. Con un mal disimulado desdén, Andrés sólo le extendió la mano y dijo: “¿listo?”. “Listo”, le respondió su joven rival. Cuando se sigue jugando ajedrez a tan avanzada edad, se decía así mismo Andrés antes de empezar cada partida, uno se acostumbra jugar con rivales siempre menores.
A veces jugaba con determinación y seguridad, otras con temor y nerviosismo. Hoy empezó a jugar con determinación. Sentía deseos de ganar. De irse a su casa con una victoria. Cada vez que jugaba colocaba las piezas con fiereza sobre el tablero, que más parecía que estuviera estampando sellos sobre éste. Su rival de turno, aunque muy joven, jugaba con mucha serenidad y con cierto aire despreocupado. Sus ojos se levantaban de vez en cuando para ver la cara Andrés. Cuando movía una ficha, se ponía en pie y alejaba de la mesa, distrayéndose con las partidas de otros jugadores presentes en el club. Parecía importarle poco su partida con Andrés.
Al cabo de varias jugadas y más de dos horas de juego, Andrés, con mucho esfuerzo, había obtenido una clara ventaja. Estaba radiante de felicidad. Su joven rival se sumergió en un largo momento de reflexión típico del que se encuentra perdido y espera un milagro. Muy común entre los ajedrecistas. Su poca experiencia le bastaba para saber que, cuando se juega contra un rival muy mayor, esos milagros son posibles. Sabía de sobra que las horas de juego crean lagunas en los cálculos de los ajedrecistas mayores, pudiendo echar a perder partidas en las que van ganando. Así que inesperadamente (o no tan inesperadamente), Andrés, en una posición ganadora comete un error y echa a perder la partida. Lo que unos momentos atrás era una victoria está ahora a punto de convertirse en una dolorosa derrota.
Por la expresión de su rostro, se podía adivinar que Mariana entendía que su esposo estaba perdiendo. Nadie podía saber si era porque comprendía el ajedrez, de tantas partidas que había visto jugar a Andrés, o porque lo deducía al ver la cara de él. Esa cara que, cuando estaba perdido, fruncía el ceño, hinchaba sus mofletes y juntaba los labios hacia arriba. En esos momentos, Mariana sufría por Andrés, como si él fuera la encarnación del rey que estaba a punto de ser aniquilado. Miraba hacia abajo como resignada y continuaba tejiendo.
Al cabo de unos minutos, Andrés se rindió. Se paró bruscamente y dijo: “yo debería haber ganado esta partida”. El muchacho no dijo nada. Empezó a juntar sus cosas para marcharse, pero Andrés lo detuvo con la siguiente propuesta: “Juguemos unas partidas rápidas”. El joven aceptó gustoso.
Se sentaron a jugar y pasó lo mismo que en la partida anterior. Andrés estaba ganando pero arruinó su ventaja de nuevo. Y pasó otra vez. Y otra vez más. Y otra más. Mariana suspiraba resignada porque sabía que Andrés no querría marcharse sin ganar una partida. Pasó una hora y otra, y Andrés no conseguía su objetivo. Al cabo de una hora, para sorpresa de Mariana y del mismo joven, exhausto, Andrés decidió marcharse. Agarró sus fichas, su tablero, su reloj de ajedrez, le hizo una mueca a Mariana como rogándole que abandonen el lugar, y empezó a andar hacia la puerta. Iba callado, melancólico. Empezó a subir las escaleras con pesadez, como si haber perdido esas partidas lo hubiera envejecido por lo menos diez años. Mariana lo acompañaba aliviada de poder marcharse, pero resignada a oír el resto del día sus quejas por no haber ganado una sola partida. Comenzaron a subir los cinco peldaños que dan a la salida del club. De pronto, al llegar al último peldaño, empezaron a desfilar ante Andrés los recuerdos de sus victorias más memorables, como la vez que venció a un campeón nacional con un brillante sacrificio de dama, o como cuando hizo rendirse a un conocidísimo maestro internacional cubano en sólo 20 jugadas. Como si hubiera descubierto la jugada ganadora, Andrés miró a Mariana, le lanzó una mirada suplicante que sólo ella entendía, giró la cabeza hacia atrás, y empezó a caminar de regreso hacia la sala de juego. Ante el asombro del joven muchacho, Andrés se sentó frente a él y empezó a colocar las piezas sobre la mesa de juego con una velocidad tal que revelaba que lo había hecho una y mil veces. Al terminar de colocarlas, miró al muchacho a los ojos y le dijo: “esta vez te ganaré”. El joven no dijo nada, sólo empezó a jugar, asintiendo así a la propuesta que le lanzaba Andrés. Mariana, como si existiera un pacto entre ella y Andrés, sonrió sacudiendo la cabeza, se sentó al lado de él, sacó el ovillo de lana más grande que encontró en su bolso y empezó a tejer.
El hombre entró como quien entra a un lugar que conoce muy bien. Como quien ingresa a su dormitorio, o a aquel lugar de su casa que más disfruta. Sólo que esta vez no era ningún lugar de su casa, era un club de ajedrez. Uno vetusto y pequeño, como todos los clubes de ajedrez de la ciudad de Lima. Uno que él frecuentaba desde hace más de cuatro décadas.
Su raza negra le ayudaba a esconder muy bien que sobrepasaba los setenta años. Tenía el pelo gris, la cara adusta y un caminar cadente, pero determinado. Al lado de él marchaba una dama blanca. Ella, aunque menor, parecía varios años mayor que él. Los años que él aparentaba haber sorteado, ella parecía haberlos ganado. Su caminar era cansado. Y mientras andaba, medio arrastrándose, medio jadeando, miraba con ternura al hombre que tenía al lado. Al que acompañaba en ese ritual todos los lunes de cada semana, desde muchos años atrás, tantos que ya había perdido la cuenta.
Andrés, ese era el nombre de él, avanzó hacia la sala de juego y tomó asiento. Mariana, así se llamaba ella, asió una silla y, como era su costumbre, la puso lo más cerca de Andrés y se sentó en ella. Hurgó en su cartera y sacó un ovillo de lana y unos palos de tejer. Empezó a tejer como contando el tiempo. Como tratando de relajarse antes de ver que su marido empiece a jugar.
Andrés, como era su manía, empezó colocar y recolocar las piezas de ajedrez sobre el tablero, como si las piezas, habiendo cobrado vida propia, se hubieran movido de su lugar y necesitaran ser recoladas. En momentos como éste cruzaban por su memoria todos los torneos que había ganado en un pasado que ahora le resultaba demasiado lejano. Aquellos recuerdos pasaban por su cabeza con la misma rapidez con la que, en sus años mozos, solía calcular complicadas variantes de ajedrez. Mientras se encontraba absorto en sus recuerdos, repentinamente, su oponente apareció delante de él, como si una de las fichas hubiera cobrado vida y emergido del tablero para desafiarlo. Su rival apenas superaba los veinte años de edad. Con un mal disimulado desdén, Andrés sólo le extendió la mano y dijo: “¿listo?”. “Listo”, le respondió su joven rival. Cuando se sigue jugando ajedrez a tan avanzada edad, se decía así mismo Andrés antes de empezar cada partida, uno se acostumbra jugar con rivales siempre menores.
A veces jugaba con determinación y seguridad, otras con temor y nerviosismo. Hoy empezó a jugar con determinación. Sentía deseos de ganar. De irse a su casa con una victoria. Cada vez que jugaba colocaba las piezas con fiereza sobre el tablero, que más parecía que estuviera estampando sellos sobre éste. Su rival de turno, aunque muy joven, jugaba con mucha serenidad y con cierto aire despreocupado. Sus ojos se levantaban de vez en cuando para ver la cara Andrés. Cuando movía una ficha, se ponía en pie y alejaba de la mesa, distrayéndose con las partidas de otros jugadores presentes en el club. Parecía importarle poco su partida con Andrés.
Al cabo de varias jugadas y más de dos horas de juego, Andrés, con mucho esfuerzo, había obtenido una clara ventaja. Estaba radiante de felicidad. Su joven rival se sumergió en un largo momento de reflexión típico del que se encuentra perdido y espera un milagro. Muy común entre los ajedrecistas. Su poca experiencia le bastaba para saber que, cuando se juega contra un rival muy mayor, esos milagros son posibles. Sabía de sobra que las horas de juego crean lagunas en los cálculos de los ajedrecistas mayores, pudiendo echar a perder partidas en las que van ganando. Así que inesperadamente (o no tan inesperadamente), Andrés, en una posición ganadora comete un error y echa a perder la partida. Lo que unos momentos atrás era una victoria está ahora a punto de convertirse en una dolorosa derrota.
Por la expresión de su rostro, se podía adivinar que Mariana entendía que su esposo estaba perdiendo. Nadie podía saber si era porque comprendía el ajedrez, de tantas partidas que había visto jugar a Andrés, o porque lo deducía al ver la cara de él. Esa cara que, cuando estaba perdido, fruncía el ceño, hinchaba sus mofletes y juntaba los labios hacia arriba. En esos momentos, Mariana sufría por Andrés, como si él fuera la encarnación del rey que estaba a punto de ser aniquilado. Miraba hacia abajo como resignada y continuaba tejiendo.
Al cabo de unos minutos, Andrés se rindió. Se paró bruscamente y dijo: “yo debería haber ganado esta partida”. El muchacho no dijo nada. Empezó a juntar sus cosas para marcharse, pero Andrés lo detuvo con la siguiente propuesta: “Juguemos unas partidas rápidas”. El joven aceptó gustoso.
Se sentaron a jugar y pasó lo mismo que en la partida anterior. Andrés estaba ganando pero arruinó su ventaja de nuevo. Y pasó otra vez. Y otra vez más. Y otra más. Mariana suspiraba resignada porque sabía que Andrés no querría marcharse sin ganar una partida. Pasó una hora y otra, y Andrés no conseguía su objetivo. Al cabo de una hora, para sorpresa de Mariana y del mismo joven, exhausto, Andrés decidió marcharse. Agarró sus fichas, su tablero, su reloj de ajedrez, le hizo una mueca a Mariana como rogándole que abandonen el lugar, y empezó a andar hacia la puerta. Iba callado, melancólico. Empezó a subir las escaleras con pesadez, como si haber perdido esas partidas lo hubiera envejecido por lo menos diez años. Mariana lo acompañaba aliviada de poder marcharse, pero resignada a oír el resto del día sus quejas por no haber ganado una sola partida. Comenzaron a subir los cinco peldaños que dan a la salida del club. De pronto, al llegar al último peldaño, empezaron a desfilar ante Andrés los recuerdos de sus victorias más memorables, como la vez que venció a un campeón nacional con un brillante sacrificio de dama, o como cuando hizo rendirse a un conocidísimo maestro internacional cubano en sólo 20 jugadas. Como si hubiera descubierto la jugada ganadora, Andrés miró a Mariana, le lanzó una mirada suplicante que sólo ella entendía, giró la cabeza hacia atrás, y empezó a caminar de regreso hacia la sala de juego. Ante el asombro del joven muchacho, Andrés se sentó frente a él y empezó a colocar las piezas sobre la mesa de juego con una velocidad tal que revelaba que lo había hecho una y mil veces. Al terminar de colocarlas, miró al muchacho a los ojos y le dijo: “esta vez te ganaré”. El joven no dijo nada, sólo empezó a jugar, asintiendo así a la propuesta que le lanzaba Andrés. Mariana, como si existiera un pacto entre ella y Andrés, sonrió sacudiendo la cabeza, se sentó al lado de él, sacó el ovillo de lana más grande que encontró en su bolso y empezó a tejer.
domingo, 9 de marzo de 2008
Recordando: Kasparov bajo tensión
Al leer el artículo que hizo William para este blog (leer...), no pude dejar de recordar tres videos del genial Garry Kasparov, que muestran la enorme tensión que tienen que soportar los ajedrecistas durante el transcurso de una partida. Kasparov está entre los jugadores de ajedrez que más gestos, muecas y sacudidas de cabeza hacen cuando las cosas no les van bien.
El primer video es una joya de 22 segundos. Se trata de una de las partidas de ajedrez rápido que disputaron Kasparov y Anand en Ginebra, 1996.
En el segundo video Kasparov enfrenta a Karpov, cuyo autocontrol y dominio de sí, incluso en situaciones apremiantes, es tan poco común como loable. Se trata del match de ajedrez rápido (30 min) que disputaron las dos Ks más famosas de la historia del ajedrez en New York 2002. Karpov ganó el match 2.5 a 1.5.
En el último video, el “Ogro de Bakú”, como se le conoce a Kasparov, enfrenta a Veselin Topalov, en lo que sería la última partida oficial de Kasparov poco antes de anunciar su retiro del ajedrez profesional al término del Torneo de Linares del año 2005.
El primer video es una joya de 22 segundos. Se trata de una de las partidas de ajedrez rápido que disputaron Kasparov y Anand en Ginebra, 1996.
En el segundo video Kasparov enfrenta a Karpov, cuyo autocontrol y dominio de sí, incluso en situaciones apremiantes, es tan poco común como loable. Se trata del match de ajedrez rápido (30 min) que disputaron las dos Ks más famosas de la historia del ajedrez en New York 2002. Karpov ganó el match 2.5 a 1.5.
En el último video, el “Ogro de Bakú”, como se le conoce a Kasparov, enfrenta a Veselin Topalov, en lo que sería la última partida oficial de Kasparov poco antes de anunciar su retiro del ajedrez profesional al término del Torneo de Linares del año 2005.
viernes, 7 de marzo de 2008
Elvis al borde de la realidad, hace 40 años.
En 1968, Elvis interpretó la excelente cancion “Edge of reality”, compuesta por Bernie Baum, para la película “Live a little, love a little”. La canción en versión estudio habría sido grabada un día como hoy, hace 40 años. Acá el video, algo cursi y bien de aquella época, de "Edge of reality".
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jueves, 6 de marzo de 2008
Carlsen entre los mejores del mundo...
Para el mundo del ajedrez este año empezó con la muerte del gran Bobby Fischer, quizás el mayor genio ajedrecístico que ha existido. Pero la historia del ajedrez continúa, y continúa bien, especialmente para Carlsen, quien este año compartió con Levon Aronian el primer lugar del famosísimo torneo Wijk aan Zee de Holanda y ahora se encuentra ubicado en segundo lugar en el fortísimo torneo Morelia-Linares de España. Magnus juega con agresividad, ambición... juega a ganar. Estoy convencido que pronto será campeón mundial, !aunque sólo sea un muchacho de 17 años!
Acá imagenes de su partida contra Shirov durante la novena ronda del Torneo “Morelia-Linares”. Carlsen ganó esta partida en un final nada menos que a Shirov, quien es, además de brillante táctico, uno de los mejores jugadores de finales que existen en el mundo. Es cierto que Shirov cometió un grave error en el final, pero no menos cierto es que ello sucede cuando uno se enfrenta a un rival como Carlsen, quien siempre pone dificultades a su rival.
Acá imagenes de su partida contra Shirov durante la novena ronda del Torneo “Morelia-Linares”. Carlsen ganó esta partida en un final nada menos que a Shirov, quien es, además de brillante táctico, uno de los mejores jugadores de finales que existen en el mundo. Es cierto que Shirov cometió un grave error en el final, pero no menos cierto es que ello sucede cuando uno se enfrenta a un rival como Carlsen, quien siempre pone dificultades a su rival.
lunes, 3 de marzo de 2008
Evangeline y Kate: Realidad y ficción
En el cuarto capítulo de la tercera temporada de LOST vimos cómo mientras Kate, heroína de esta famosa serie, salía de un auto y se dirigía al juzgado, era asediada por periodistas. Ese asedio no fue menor al que, hace no mucho, Evangeline Lilly, la actriz canadiense que interpreta a Kate, tuvo que soportar por parte de unos paparazzis...
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