x Carlos Tovar
Carlos Giménez es probablemente el más grande dibujante de tebeos que ha tenido España y la serie de Paracuellos del Jaramá es una de sus mejores obras.
A través de las historias narradas en este magnífico tebeo (cómic o historieta), ambientado en la España de Franco de los años cuarenta, Giménez nos muestra las penurias de los niños internados en los orfanatos del Auxilio Social del Jaramá, con la sensibilidad no sólo de un gran artista, sino también de un hombre que de niño vivió en uno de ellos.
La serie de historias que son narradas en este tebeo muestra un claro contraste entre el mundo de los niños que llegan al orfanato y el de las personas adultas encargadas de cuidarlos. Entre los niños carentes de afecto y los adultos incapaces de darlo. Entre la inocencia de los niños (Giménez parece querer recordarnos que incluso en la maldad de un niño puede haber inocencia) y la malicia de los adultos. Mientras uno lee esta magnífica obra, se pregunta: ¿Cuán peor era la vida fuera del orfanato para que a estos niños no les quedara otra cosa mejor que quedarse en él? ¿Cómo sería, años después, la vida de cada uno de los niños que tuvieron que crecer en esos orfanatos? Carlos Giménez, como se sabe, es uno de los sobrevivientes de esos orfanatos. Y ha sobrevivido para contarnos esas historias, con una maestría equiparable a la de Truffaut en Los 400 golpes, convirtiendo a Paracuellos en uno de los tebeos más importantes de la historia de la historieta.
Pese a que muchas de las historias son bastante tristes, Giménez se las ingenia para matizarlas con no pocas situaciones de humor. Tampoco faltan los momentos de alegría, aunque esa alegría sea únicamente la de un niño que sueña con ser dibujante de tebeos -Gimenez de niño- y que acaba de recibir el último número de su historieta favorita.
Las historias están respaldadas por dibujos sumamente expresivos, a nivel tanto de los rostros de los personajes como de las figuras corporales de los mismos. Los rostros temerosos y cuerpos frágiles de los niños -no existe un solo niño gordo en toda la serie- contrastan con los rostros adustos, maliciosos y arrugados y cuerpos regordetes, casi deformes, de los adultos. Las viñetas terminan por redondear la faena narrativa. Todas ellas rectángulos del mismo tamaño, separados únicamente por una tenue línea, sin que exista nada fuera de ellos (como tampoco parece existir nada mejor para los niños fuera del orfanato). Con cierta frecuencia, algunas viñetas no llevan textos (bocadillos o globos) sólo una imagen que sirve para reforzar un diálogo o contextualizar una escena (como el rostro de un niño que deja traslucir pena, alegría, esperanza o desilusión).
En suma, una historieta de lectura obligatoria para todo aquel que concibe la historieta no sólo como arte, sino también como registro histórico de una sociedad.
Carlos Giménez es probablemente el más grande dibujante de tebeos que ha tenido España y la serie de Paracuellos del Jaramá es una de sus mejores obras.
A través de las historias narradas en este magnífico tebeo (cómic o historieta), ambientado en la España de Franco de los años cuarenta, Giménez nos muestra las penurias de los niños internados en los orfanatos del Auxilio Social del Jaramá, con la sensibilidad no sólo de un gran artista, sino también de un hombre que de niño vivió en uno de ellos.
La serie de historias que son narradas en este tebeo muestra un claro contraste entre el mundo de los niños que llegan al orfanato y el de las personas adultas encargadas de cuidarlos. Entre los niños carentes de afecto y los adultos incapaces de darlo. Entre la inocencia de los niños (Giménez parece querer recordarnos que incluso en la maldad de un niño puede haber inocencia) y la malicia de los adultos. Mientras uno lee esta magnífica obra, se pregunta: ¿Cuán peor era la vida fuera del orfanato para que a estos niños no les quedara otra cosa mejor que quedarse en él? ¿Cómo sería, años después, la vida de cada uno de los niños que tuvieron que crecer en esos orfanatos? Carlos Giménez, como se sabe, es uno de los sobrevivientes de esos orfanatos. Y ha sobrevivido para contarnos esas historias, con una maestría equiparable a la de Truffaut en Los 400 golpes, convirtiendo a Paracuellos en uno de los tebeos más importantes de la historia de la historieta.
Pese a que muchas de las historias son bastante tristes, Giménez se las ingenia para matizarlas con no pocas situaciones de humor. Tampoco faltan los momentos de alegría, aunque esa alegría sea únicamente la de un niño que sueña con ser dibujante de tebeos -Gimenez de niño- y que acaba de recibir el último número de su historieta favorita.
Las historias están respaldadas por dibujos sumamente expresivos, a nivel tanto de los rostros de los personajes como de las figuras corporales de los mismos. Los rostros temerosos y cuerpos frágiles de los niños -no existe un solo niño gordo en toda la serie- contrastan con los rostros adustos, maliciosos y arrugados y cuerpos regordetes, casi deformes, de los adultos. Las viñetas terminan por redondear la faena narrativa. Todas ellas rectángulos del mismo tamaño, separados únicamente por una tenue línea, sin que exista nada fuera de ellos (como tampoco parece existir nada mejor para los niños fuera del orfanato). Con cierta frecuencia, algunas viñetas no llevan textos (bocadillos o globos) sólo una imagen que sirve para reforzar un diálogo o contextualizar una escena (como el rostro de un niño que deja traslucir pena, alegría, esperanza o desilusión).
En suma, una historieta de lectura obligatoria para todo aquel que concibe la historieta no sólo como arte, sino también como registro histórico de una sociedad.
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