Cada vez se escucha más que cada uno tiene que descubrir su verdad. La verdad, valga la redundancia, es que hay una enorme diferencia entre encontrar un propósito en la vida de cada uno y en creer en una verdad que se ajuste y acomode a la vida de cada uno. Hablo de la verdad en el sentido de lo justo, de lo correcto e incorrecto. Podemos contestar y decir que lo justo para uno no necesariamente es percibido como justo para otros, pero que haya esa diferencia de percepciones ¿acaso implica, necesariamente, que no exista una verdad sobre lo que es correcto o no?
Al respecto, Tim Keller cuenta, en su libro "En Defensa de Dios", lo siguiente: «Durante muchos años, después de los servicios del domingo en la mañana y en la noche, permanecí una hora adicional en el auditorio para responder las preguntas de centenares de feligreses. Una de las frases de que escuchaba con mayor frecuencia era: “Cada persona tiene que definir lo que es correcto y lo incorrecto por sus propios medios”. Yo siempre respondía preguntando: “¿Hay alguien en el mundo que haga cosas que tú crees que ellos deberían dejar de hacer, sin importar en lo que crean que es su conducta adecuada?”. Ellos decían invariablemente: “Sí, por supuesto”. Yo les preguntaba entonces: “¿No significa eso que tú crees que existe algún tipo de realidad moral que está ahí, que no es definida por nosotros, y que debe ser obedecida sin importar lo que sienta o piense una persona?”. Casi siempre, la respuesta era un silencio, ya sea porque se quedaban pensando o porque se ponían de mal humor». (En Defensa de Dios, pág. 48].
El problema de pensar que cada uno puede definir su verdad es que ignora que el sentido de lo correcto o incorrecto de cada uno afecta a otros. Resulta limitante, también, porque uno puede creer en algo porque le es absolutamente funcional, porque le da mayor comodidad, y validar así una serie de acciones extremadamente egoístas que sólo funciona para uno, pero que es mala para los demás. El problema de optar por una verdad que nos es funcional es que sólo nos es funcional a lo que somos ahora, y si lo que somos ahora es, por ejemplo, una persona egoísta, esa “verdad” nos condenará a serla por mucho tiempo, a no ser que algo cambie radicalmente en nuestra vida. Bajo esa lógica un criminal puede también encontrar su verdad (la verdad como sinónimo de lo justo) y no tendrá (ni él ni nosotros) ninguna esperanza de que cambie. Su verdad lo hará sentirse bien consigo mismo y con los demás, sin tener que llevar encima de él algún cargo de conciencia que lo invite a cambiar. O sea, ajustando la verdad al camino que optó por seguir, en lugar de ajustar su camino a la verdad.
Aunque determinar qué es correcto e incorrecto no es sencillo, ello no debe ser motivo para no buscar lo correcto. Sólo reconociendo que hay una verdad que va más allá de lo que es funcional para mí, incluso aunque no sepa cuál es esa verdad, me permite considerar entre mis acciones aspectos que tomen en cuenta el bienestar de otros. Ahora bien, si somos capaces de pensar que hay una verdad que va más allá de lo que nos es meramente funcional, independientemente de que sea complicado hallarla, y tratamos de actuar conforme a ella, puede ser que al principio no nos sea funcional y que, acostumbrados a vivir de determinada manera, nos traiga más problemas en la vida, pero estos problemas estarán presentes sólo hasta que logremos adecuarnos a la verdad, como sentido de lo correcto.
Pensemos otra vez en el criminal que quiere regenerarse y que por ello deja de lado lo funcional de su verdad (la que le permitía mentir, robar y abusar de los más débiles sin sentir cargo de conciencia). Al principio su deseo de regenerarse le traerá conflictos, angustias y privaciones, pero una vez terminado ese proceso, la verdad le será completamente funcional. Lo que quiero decir es que la diferencia entre nuestra verdad y la verdad es que la primera me será funcional siempre, porque se adapta a las situaciones que más me convienen, pero con ella dejo de lado lo que es correcto y justo para con los demás, porque sólo busco mi propia satisfacción. Mientras, la segunda, si bien puede no serme funcional al inicio, terminará siéndolo luego de un tiempo, con la enorme diferencia de que no sólo será mejor para mí sino para el resto. No habré adaptado mi sentido de lo correcto a mis conveniencias y forma de vida, sino mi forma de vida a lo que es correcto.
De otro lado, la supuesta tolerancia expresada en que cada uno descubre su verdad no es compatible con pensar y creer, por ejemplo, que en el mundo existen injusticias que deben ser combatidas porque, en ese caso, no habría forma de alegar que la justicia es más que la perspectiva de unos cuantos. Bajo la situación anterior, sería cuestionable tratar de imponerla al resto, a no ser que crea que haya algo que trasciende a la forma de pensar de cada uno, como en el pasaje que cité del libro de Keller.
Decir que cada uno debe encontrar su verdad, finalmente, puede ser una forma muy cómoda de no asumir compromisos de conducta que nos obliguen a cambiar. Hay un tema muy emparentado con toda esta filosofía y es que, cuando relativizan lo correcto, las personas tienden a separar su sentido de justicia sobre lo privado y lo social. Mucha gente, por ejemplo, suele ser muy moralista socialmente hablando (en términos de justicia social, igualdad de derechos, solidaridad, etc.) pero muy relajada en términos de ética privada (en términos, por ejemplo, de la ética de pareja o ética entre amigos) porque simplemente los cambios en esta última esfera de su vida le obliga a realizar modificaciones de conducta que le exige asumir compromisos y esfuerzos mucho mayores que en la esfera social, en la cual muchos cambios pueden llegar a realizarse sin que la persona que luche por ellos, por la justicia y los derechos humanos, tenga que hacer profundas modificaciones en su estilo de vida y en lo que le es funcional en su vida diaria. Es mucho más difícil ser justos y honestos con las personas que nos rodean que luchar y bregar por un cambio en la sociedad. Eso es así, creo yo, porque la gran parte de las grandes injusticias sociales se dan por pequeñas concesiones que hacemos todos y cada uno de nosotros para tolerar que se den esas injusticias, por tanto, también, se pueden lograr grandes cambios sociales sin que haya, necesariamente, grandes cambios en el estilo y forma de vida de las personas que la integren. Pero, en nuestro ámbito más íntimo, si queremos suprimir algún tipo de injusticia de la que somos objetos o, peor incluso, somos la causa, la cosa es muy distinta: los cambios que tenemos que hacer son notorios. Por eso mismo, creo, para mucha gente resulta atractivo separar su sentido de justicia social de su sentido de justicia privada, relativizándolos. Ello porque es más difícil luchar por una sociedad más justa, siendo también personas más justas en nuestra vida privada, que luchar por la justicia social, pero seguir actuando en nuestra vida privada injustamente.
Al respecto, Tim Keller cuenta, en su libro "En Defensa de Dios", lo siguiente: «Durante muchos años, después de los servicios del domingo en la mañana y en la noche, permanecí una hora adicional en el auditorio para responder las preguntas de centenares de feligreses. Una de las frases de que escuchaba con mayor frecuencia era: “Cada persona tiene que definir lo que es correcto y lo incorrecto por sus propios medios”. Yo siempre respondía preguntando: “¿Hay alguien en el mundo que haga cosas que tú crees que ellos deberían dejar de hacer, sin importar en lo que crean que es su conducta adecuada?”. Ellos decían invariablemente: “Sí, por supuesto”. Yo les preguntaba entonces: “¿No significa eso que tú crees que existe algún tipo de realidad moral que está ahí, que no es definida por nosotros, y que debe ser obedecida sin importar lo que sienta o piense una persona?”. Casi siempre, la respuesta era un silencio, ya sea porque se quedaban pensando o porque se ponían de mal humor». (En Defensa de Dios, pág. 48].
El problema de pensar que cada uno puede definir su verdad es que ignora que el sentido de lo correcto o incorrecto de cada uno afecta a otros. Resulta limitante, también, porque uno puede creer en algo porque le es absolutamente funcional, porque le da mayor comodidad, y validar así una serie de acciones extremadamente egoístas que sólo funciona para uno, pero que es mala para los demás. El problema de optar por una verdad que nos es funcional es que sólo nos es funcional a lo que somos ahora, y si lo que somos ahora es, por ejemplo, una persona egoísta, esa “verdad” nos condenará a serla por mucho tiempo, a no ser que algo cambie radicalmente en nuestra vida. Bajo esa lógica un criminal puede también encontrar su verdad (la verdad como sinónimo de lo justo) y no tendrá (ni él ni nosotros) ninguna esperanza de que cambie. Su verdad lo hará sentirse bien consigo mismo y con los demás, sin tener que llevar encima de él algún cargo de conciencia que lo invite a cambiar. O sea, ajustando la verdad al camino que optó por seguir, en lugar de ajustar su camino a la verdad.
Aunque determinar qué es correcto e incorrecto no es sencillo, ello no debe ser motivo para no buscar lo correcto. Sólo reconociendo que hay una verdad que va más allá de lo que es funcional para mí, incluso aunque no sepa cuál es esa verdad, me permite considerar entre mis acciones aspectos que tomen en cuenta el bienestar de otros. Ahora bien, si somos capaces de pensar que hay una verdad que va más allá de lo que nos es meramente funcional, independientemente de que sea complicado hallarla, y tratamos de actuar conforme a ella, puede ser que al principio no nos sea funcional y que, acostumbrados a vivir de determinada manera, nos traiga más problemas en la vida, pero estos problemas estarán presentes sólo hasta que logremos adecuarnos a la verdad, como sentido de lo correcto.
Pensemos otra vez en el criminal que quiere regenerarse y que por ello deja de lado lo funcional de su verdad (la que le permitía mentir, robar y abusar de los más débiles sin sentir cargo de conciencia). Al principio su deseo de regenerarse le traerá conflictos, angustias y privaciones, pero una vez terminado ese proceso, la verdad le será completamente funcional. Lo que quiero decir es que la diferencia entre nuestra verdad y la verdad es que la primera me será funcional siempre, porque se adapta a las situaciones que más me convienen, pero con ella dejo de lado lo que es correcto y justo para con los demás, porque sólo busco mi propia satisfacción. Mientras, la segunda, si bien puede no serme funcional al inicio, terminará siéndolo luego de un tiempo, con la enorme diferencia de que no sólo será mejor para mí sino para el resto. No habré adaptado mi sentido de lo correcto a mis conveniencias y forma de vida, sino mi forma de vida a lo que es correcto.
De otro lado, la supuesta tolerancia expresada en que cada uno descubre su verdad no es compatible con pensar y creer, por ejemplo, que en el mundo existen injusticias que deben ser combatidas porque, en ese caso, no habría forma de alegar que la justicia es más que la perspectiva de unos cuantos. Bajo la situación anterior, sería cuestionable tratar de imponerla al resto, a no ser que crea que haya algo que trasciende a la forma de pensar de cada uno, como en el pasaje que cité del libro de Keller.
Decir que cada uno debe encontrar su verdad, finalmente, puede ser una forma muy cómoda de no asumir compromisos de conducta que nos obliguen a cambiar. Hay un tema muy emparentado con toda esta filosofía y es que, cuando relativizan lo correcto, las personas tienden a separar su sentido de justicia sobre lo privado y lo social. Mucha gente, por ejemplo, suele ser muy moralista socialmente hablando (en términos de justicia social, igualdad de derechos, solidaridad, etc.) pero muy relajada en términos de ética privada (en términos, por ejemplo, de la ética de pareja o ética entre amigos) porque simplemente los cambios en esta última esfera de su vida le obliga a realizar modificaciones de conducta que le exige asumir compromisos y esfuerzos mucho mayores que en la esfera social, en la cual muchos cambios pueden llegar a realizarse sin que la persona que luche por ellos, por la justicia y los derechos humanos, tenga que hacer profundas modificaciones en su estilo de vida y en lo que le es funcional en su vida diaria. Es mucho más difícil ser justos y honestos con las personas que nos rodean que luchar y bregar por un cambio en la sociedad. Eso es así, creo yo, porque la gran parte de las grandes injusticias sociales se dan por pequeñas concesiones que hacemos todos y cada uno de nosotros para tolerar que se den esas injusticias, por tanto, también, se pueden lograr grandes cambios sociales sin que haya, necesariamente, grandes cambios en el estilo y forma de vida de las personas que la integren. Pero, en nuestro ámbito más íntimo, si queremos suprimir algún tipo de injusticia de la que somos objetos o, peor incluso, somos la causa, la cosa es muy distinta: los cambios que tenemos que hacer son notorios. Por eso mismo, creo, para mucha gente resulta atractivo separar su sentido de justicia social de su sentido de justicia privada, relativizándolos. Ello porque es más difícil luchar por una sociedad más justa, siendo también personas más justas en nuestra vida privada, que luchar por la justicia social, pero seguir actuando en nuestra vida privada injustamente.
1 comentario:
Jesús dijo "quien es fiel en lo minimo es fiel en lo mucho" estas palabras de Jesus son ciertas no quiero juzgar a nadie pero hoy en dia vivimos en un mundo egocentrico, egoista falto de amor.
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