“El ajedrez es la vida”
Bobby Fischer
“Veo en la lucha ajedrecística un modelo pasmosamente exacto de la vida humana, con su trajín diario, sus crisis y sus incesantes altibajos”
Garry Kasparov
“El ajedrez es semejante a la vida”
Miguel de Cervantes
El ajedrez es un juego bastante complejo, más incluso de lo que la mayoría de no-aficionados pensaría. Muchos se sorprenderían al saber que la práctica profesional del ajedrez requiere de muchas horas de estudio y preparación (los jugadores profesionales, por ejemplo, entrenan cerca de ocho horas diarias); que existen millares de libros sobre teoría ajedrecística; que el número de partidas que pueden surgir desde la posición inicial es tan vasto que ninguna computadora del mundo puede recorrerlo y juzgarlo con precisión; y que los ajedrecistas profesionales necesitan prepararse físicamente para resistir las agotadoras sesiones de partidas en un torneo.
Toda esa complejidad ocurre, sorprendentemente, en un pequeño mundo de 64 casillas, −8 de largo por 8 de ancho−, en el cual dos bandos, cada uno compuesto de 16 piezas, −6 tipos de ellas, distintas en valor y poder−, luchan por alzarse con la victoria. Un mundo diminuto que posee tres características: se rige por principios o leyes; es eminentemente lógico, y es inagotable para la mente humana. Y además, como si fuera un modelo simplificado de la vida misma, tiene como ella, un espacio para el azar, para lo fortuito. Sin duda hay más de una actividad humana en la que podamos encontrar todos esos elementos, pero en pocas actividades ellos son tan relevantes como en el ajedrez. Debido a esa similitud con la vida misma, el ajedrez puede aportar mucho a nuestro desarrollo cognoscitivo y personalidad. No es de extrañar, por ejemplo que, Garry Kasparov, campeón mundial de ajedrez entre 1985 y 2000, publicó el libro “Cómo la vida imita al ajedrez”, en el cual nos cuenta cómo la práctica del ajedrez le ha servido para desarrollar su carrera política y convertirse en líder de un partido que busca ganar las elecciones presidenciales en Rusia.
El ajedrez nos enseña que para triunfar debemos trazarnos un objetivo claro y contar con un plan para lograr dicho objetivo. Nos demuestra que un bando sin plan o estrategia está destinado al fracaso. Asimismo, nos enseña que cada una de las acciones que tomemos sobre el tablero debe guardar relación con nuestro plan y contribuir a realizar nuestro objetivo.
Para diseñar un plan, el ajedrez nos invita a hacer un diagnóstico de la posición. Nos incentiva a preguntarnos: ¿en dónde reside la fortaleza del bando rival?, ¿en dónde la mía?, ¿cuál es la naturaleza de mi ventaja/desventaja?, ¿mi ventaja/desventaja es permanente o temporal?, ¿el juego es equilibrado o alguno de los bandos tiene opción real de alzarse con la victoria?, entre otros. Luego de realizado el diagnóstico, nos incentiva a diseñar un conjunto de acciones para mejorar nuestras oportunidades de victoria, es decir, a idear un plan. Nos estimula a preguntamos: ¿cómo puedo mejorar la posición de mis piezas?, ¿de qué medios dispongo para alcanzar mis objetivos?, ¿qué combinación en el uso de ellos es la que me da mayores oportunidades de alcanzarlos?, ¿cuál es el orden lógico de jugadas?, y desde luego, ¿cuál es el mejor plan para mi rival?
La práctica del ajedrez nos estimula a hacernos estas preguntas e incrementar nuestra capacidad de análisis. Para formularlas y responderlas, el ajedrecista se basa continuamente en el cálculo y el análisis, dos actividades que hace simultáneamente desde que empieza una partida hasta que la termina. El cálculo nos permite visualizar una serie de jugadas y prever cuál sería el resultado sobre tablero de optar por una determinada jugada. Pero no es factible calcular todas las jugadas posibles a partir de una posición. Gracias al análisis, el ajedrecista es capaz de descartar automáticamente miles de variantes posibles y quedarse con unas pocas (tres o cuatro) que le brinden una solución superior. Todo ese ejercicio nos ayuda a pensar lógica y estratégicamente, aumenta nuestra capacidad para resolver problemas de múltiples soluciones y, también, aquellos en donde existe sólo una solución.
La práctica continua del ajedrez estimula nuestra memoria, recordando, por ejemplo, líneas de jugadas. La retención de líneas –en el caso de un buen ajedrecista– pasa primero por entender las ideas detrás de ellas (“entiende las ideas, no memorices líneas”, decía Bobby Fischer, campeón mundial entre 1972 y 1975). El entendimiento de las ideas nos facilita el proceso retentivo, el cual viene casi automáticamente, sin forzarlo.
El ajedrez también puede ayudarnos a formar nuestra personalidad al enseñarnos a no ser impulsivos, a ser prudentes, a prever, a ser precisos. Porque nos enseña que antes de emprender alguna acción debemos ubicar nuestras fichas en las mejores casillas posibles. Porque nos acostumbra a proyectarnos en el tiempo y analizar cuáles pueden ser las consecuencias (digamos en cinco o seis jugadas) de una acción (jugada) que tomemos en el presente. Porque nos exige a repensar nuestras jugadas para ser más precisos (“si encuentras una jugada buena, espera, puede que haya otra mejor”, decía Emmanuel Lasker, campeón del mundo entre 1894 y 1921). Y aun más importante: nos enseña a aprender de nuestros errores; a esforzarnos permanentemente y analizar luego dónde estuvo nuestro error o el de nuestro rival. Ello quizá porque al practicar ajedrez somos conscientes que lo que está en juego son nuestras ideas y, de alguna forma, nuestro ego. A diferencia de otros juegos o deportes, en el ajedrez no existe mucho espacio para la especulación, porque la mayor parte de las veces, de una manera matemática y casi irrefutable, podemos demostrar dónde nos equivocamos. No hay pretextos y excusas que valgan porque ellas quedan desnudas ante la lógica del juego (“en el tablero de ajedrez, la mentira y la hipocresía no sobreviven” decía Lasker). De esa forma, este juego nos enseña a ser objetivos.
Por todas esas virtudes, el ajedrez resulta muy instructivo y aleccionador, y su práctica puede reportarnos muchas satisfacciones. En el ajedrez, como en las artes o ciencias, mientras más penetramos en sus secretos más disfrutamos de él. No sin razón León Tolstoi dijo sobre el ajedrez “al aprendiz le causa alegría; al veterano le lleva al sumo placer".
Termino con una cita de Siegbert Tarrash, notable ajedrecista polaco del siglo XIX, quien expresó la satisfacción que puede brindar la práctica del ajedrez: “El ajedrez es una forma de producción intelectual, y es allí donde reside su peculiar encanto. La producción intelectual es una de las más grandes satisfacciones (si no la más grande) de la existencia humana. No todos pueden componer una pieza musical, construir un puente, o incluso hacer una buena broma; sin embargo, en el ajedrez todo el mundo es intelectualmente productivo y, por consiguiente, puede experimentar satisfacción. (…) El ajedrez, como el amor, como la música, tiene el poder de hacer feliz al hombre”.
Bobby Fischer
“Veo en la lucha ajedrecística un modelo pasmosamente exacto de la vida humana, con su trajín diario, sus crisis y sus incesantes altibajos”
Garry Kasparov
“El ajedrez es semejante a la vida”
Miguel de Cervantes
El ajedrez es un juego bastante complejo, más incluso de lo que la mayoría de no-aficionados pensaría. Muchos se sorprenderían al saber que la práctica profesional del ajedrez requiere de muchas horas de estudio y preparación (los jugadores profesionales, por ejemplo, entrenan cerca de ocho horas diarias); que existen millares de libros sobre teoría ajedrecística; que el número de partidas que pueden surgir desde la posición inicial es tan vasto que ninguna computadora del mundo puede recorrerlo y juzgarlo con precisión; y que los ajedrecistas profesionales necesitan prepararse físicamente para resistir las agotadoras sesiones de partidas en un torneo.
Toda esa complejidad ocurre, sorprendentemente, en un pequeño mundo de 64 casillas, −8 de largo por 8 de ancho−, en el cual dos bandos, cada uno compuesto de 16 piezas, −6 tipos de ellas, distintas en valor y poder−, luchan por alzarse con la victoria. Un mundo diminuto que posee tres características: se rige por principios o leyes; es eminentemente lógico, y es inagotable para la mente humana. Y además, como si fuera un modelo simplificado de la vida misma, tiene como ella, un espacio para el azar, para lo fortuito. Sin duda hay más de una actividad humana en la que podamos encontrar todos esos elementos, pero en pocas actividades ellos son tan relevantes como en el ajedrez. Debido a esa similitud con la vida misma, el ajedrez puede aportar mucho a nuestro desarrollo cognoscitivo y personalidad. No es de extrañar, por ejemplo que, Garry Kasparov, campeón mundial de ajedrez entre 1985 y 2000, publicó el libro “Cómo la vida imita al ajedrez”, en el cual nos cuenta cómo la práctica del ajedrez le ha servido para desarrollar su carrera política y convertirse en líder de un partido que busca ganar las elecciones presidenciales en Rusia.
El ajedrez nos enseña que para triunfar debemos trazarnos un objetivo claro y contar con un plan para lograr dicho objetivo. Nos demuestra que un bando sin plan o estrategia está destinado al fracaso. Asimismo, nos enseña que cada una de las acciones que tomemos sobre el tablero debe guardar relación con nuestro plan y contribuir a realizar nuestro objetivo.
Para diseñar un plan, el ajedrez nos invita a hacer un diagnóstico de la posición. Nos incentiva a preguntarnos: ¿en dónde reside la fortaleza del bando rival?, ¿en dónde la mía?, ¿cuál es la naturaleza de mi ventaja/desventaja?, ¿mi ventaja/desventaja es permanente o temporal?, ¿el juego es equilibrado o alguno de los bandos tiene opción real de alzarse con la victoria?, entre otros. Luego de realizado el diagnóstico, nos incentiva a diseñar un conjunto de acciones para mejorar nuestras oportunidades de victoria, es decir, a idear un plan. Nos estimula a preguntamos: ¿cómo puedo mejorar la posición de mis piezas?, ¿de qué medios dispongo para alcanzar mis objetivos?, ¿qué combinación en el uso de ellos es la que me da mayores oportunidades de alcanzarlos?, ¿cuál es el orden lógico de jugadas?, y desde luego, ¿cuál es el mejor plan para mi rival?
La práctica del ajedrez nos estimula a hacernos estas preguntas e incrementar nuestra capacidad de análisis. Para formularlas y responderlas, el ajedrecista se basa continuamente en el cálculo y el análisis, dos actividades que hace simultáneamente desde que empieza una partida hasta que la termina. El cálculo nos permite visualizar una serie de jugadas y prever cuál sería el resultado sobre tablero de optar por una determinada jugada. Pero no es factible calcular todas las jugadas posibles a partir de una posición. Gracias al análisis, el ajedrecista es capaz de descartar automáticamente miles de variantes posibles y quedarse con unas pocas (tres o cuatro) que le brinden una solución superior. Todo ese ejercicio nos ayuda a pensar lógica y estratégicamente, aumenta nuestra capacidad para resolver problemas de múltiples soluciones y, también, aquellos en donde existe sólo una solución.
La práctica continua del ajedrez estimula nuestra memoria, recordando, por ejemplo, líneas de jugadas. La retención de líneas –en el caso de un buen ajedrecista– pasa primero por entender las ideas detrás de ellas (“entiende las ideas, no memorices líneas”, decía Bobby Fischer, campeón mundial entre 1972 y 1975). El entendimiento de las ideas nos facilita el proceso retentivo, el cual viene casi automáticamente, sin forzarlo.
El ajedrez también puede ayudarnos a formar nuestra personalidad al enseñarnos a no ser impulsivos, a ser prudentes, a prever, a ser precisos. Porque nos enseña que antes de emprender alguna acción debemos ubicar nuestras fichas en las mejores casillas posibles. Porque nos acostumbra a proyectarnos en el tiempo y analizar cuáles pueden ser las consecuencias (digamos en cinco o seis jugadas) de una acción (jugada) que tomemos en el presente. Porque nos exige a repensar nuestras jugadas para ser más precisos (“si encuentras una jugada buena, espera, puede que haya otra mejor”, decía Emmanuel Lasker, campeón del mundo entre 1894 y 1921). Y aun más importante: nos enseña a aprender de nuestros errores; a esforzarnos permanentemente y analizar luego dónde estuvo nuestro error o el de nuestro rival. Ello quizá porque al practicar ajedrez somos conscientes que lo que está en juego son nuestras ideas y, de alguna forma, nuestro ego. A diferencia de otros juegos o deportes, en el ajedrez no existe mucho espacio para la especulación, porque la mayor parte de las veces, de una manera matemática y casi irrefutable, podemos demostrar dónde nos equivocamos. No hay pretextos y excusas que valgan porque ellas quedan desnudas ante la lógica del juego (“en el tablero de ajedrez, la mentira y la hipocresía no sobreviven” decía Lasker). De esa forma, este juego nos enseña a ser objetivos.
Por todas esas virtudes, el ajedrez resulta muy instructivo y aleccionador, y su práctica puede reportarnos muchas satisfacciones. En el ajedrez, como en las artes o ciencias, mientras más penetramos en sus secretos más disfrutamos de él. No sin razón León Tolstoi dijo sobre el ajedrez “al aprendiz le causa alegría; al veterano le lleva al sumo placer".
Termino con una cita de Siegbert Tarrash, notable ajedrecista polaco del siglo XIX, quien expresó la satisfacción que puede brindar la práctica del ajedrez: “El ajedrez es una forma de producción intelectual, y es allí donde reside su peculiar encanto. La producción intelectual es una de las más grandes satisfacciones (si no la más grande) de la existencia humana. No todos pueden componer una pieza musical, construir un puente, o incluso hacer una buena broma; sin embargo, en el ajedrez todo el mundo es intelectualmente productivo y, por consiguiente, puede experimentar satisfacción. (…) El ajedrez, como el amor, como la música, tiene el poder de hacer feliz al hombre”.
1 comentario:
Me encanta tu pasión por el ajedrez, aunque no sé jugarlo y creo que prefiero otro deporte, siento a través de tus artículos la vehemencia que puede crear en el corazón de quienes lo cultivan. Felicito el conocimiento que demuestras sobre su historia y recorrido a través de sus grandes exponentes de las cuales sí y felizmente escuché hablar a mi padre.
Sin embargo, me llamó la atención especialmente este artículo que comparas con la vida misma y con gran deleite indicas que te ha enseñado el ensayo de acciones previas y los resultados que estas puedan darte a futuro. Veo que esto fue escrito casi 4 años atrás, mi pregunta es sigues pensando lo mismo porque casi infiero que prefieres tener el control sobre las cosas que vienen y van en tu vida, sobretodo la frase en la esperas por algo mejor que lo que ahora tienes, me intriga un poco puesto que quizás pensando así uno termine dejando escapar lo que le ha sido reservado o prometido. La prudencia me parece excelente virtud pero creo que no quisiera vivir cada día dentro de un campo de batalla donde todos los demás son rivales que ocupan una posición que quiero, desde mi perspectiva prefiero la libertad de descansar en el Todopoderoso, lo cual no significa que deje las cosas al azar, no, eso definitivamente no, pero que deleite siento en mi corazón al reposar en Su voluntad buena, agradable y perfecta. El adiestra mis manos para la batalla y aún me defiende de mis enemigos, levanta mi cabeza y me cubre de gozo y victoria. ¡Que estés bien! Sigue escribiendo lo haces bastante bien en la mayoría de los casos.
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