Dejé pasar mucho tiempo sin leer por completo los dos volúmenes de Maus, el aclamado cómic de Art Spiegelman. Tomarme un tiempo para leerlos ha sido una de las mejores inversiones de mi tiempo últimamente.
He leído muchos cómics y visto muchas películas sobre el holocausto judío, hechos con mucha sensibilidad, contados desde distintos ángulos, pero este cómic (novela gráfica, si prefieres llamarla así) está construido de una manera muy singular. Narra la vida de un sobreviviente al holocausto judío, Vladek Spiegelman, quien le cuenta a su hijo, Art Spiegelman, nada más y nada menos el mismo autor de esta bella obra, cómo escapó a la muerte. Así, este cómic narra, a su vez, cómo se hizo el mismo cómic.
Hay varias dimensiones en cómo es contada esta formidable historia.
Una primera dimensión de tiempos. Un tiempo sobre la atribulada vida de Vladek durante la Segunda Guerra Mundial; el otro tiempo sobre su vida actual, inevitablemente marcado por la etapa anterior de su vida. De alguna forma, Vladek sigue siendo prisionero de su pasado, de sus memorias, que ahora su hijo Art o Artie, como su padre lo llama, le obliga a contar con sumo detalle.
Una segunda dimensión de generaciones. Una generación, la de Vladek, el padre sobreviviente al holocausto. La otra, la de Artie, su hijo, quien quiere dejar registrada la historia de sus padres con todo el detalle posible. Dos generaciones absolutamente unidas, pero que, como descubrimos en la historia, discurren hacia caminos totalmente distintos. Ambos viven en los Estados Unidos, pero mientras uno, Vladek, parece vivir en el pasado, en su Polonia natal, en su vida en los campos de concentración; el otro, Artie, aunque no ignora sus orígenes, tiene claro que su vida está en el país del norte, donde sus hijos crecerán y tendrán una vida completamente distinta a la que tuvieron sus abuelos.
Una tercera dimensión, la de los presentes y de los ausentes. La esposa muerta y el primer hijo desaparecido discurren como fantasmas que no se van de la vida de Vladek, ni de la de Artie. Uno se pregunta, casi desde el inicio que es de ellos. Spiegelman logra hacernos sentir y verlos tan cercanos, pero, al mismo tiempo, tan ausentes, espectrales.
Una cuarta dimensión, que tal vez pueda ser inesperada, que alberga el drama y el humor. Existe, como es fácil entender, una atmósfera de drama magistralmente pincelada por la muerte, el miedo, el dolor, la angustia, la traición, la incertidumbre, etc. Pero, por increíble que parezca, hay una dosis de humor, aunque muy dosificado, en esta dolorosa historia. Un contraste con el que Spiegelman (no digo el nombre, porque a veces es el padre y otras veces es el hijo) es capaz de contar esta historia. Todo ello nos recuerda que esta historia, pese a lo dramática, tiene un germen de esperanza.
Esta notable obra aparece casi invariablemente en la selección de los mejores cómics de la historia. Y todos los elogios son más que merecidos.
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