“Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta la vida” es, además del slogan de la conocida campaña atea iniciada el año pasado en España, también el título del libro de Gabriel García Volte y Joan Carles Marset, dos escépticos que exponen sus dudas y objeciones a la existencia de Dios, en esta publicación de noviembre de 2009.
En general, tanto los argumentos a favor de la existencia de Dios como los argumentos en contra de ella sirven por igual a quienes creemos en Dios. Los argumentos en contra constituyen, cuando están bien sustentados, una forma de fortalecer nuestra fe, desafiándola y contrastándola. La ponen a prueba. Quizás por ello, cuando vi el libro me apresuré a leerlo para conocer qué razones exponía. Una de ellas es el argumento de que “[s]in la muerte, la religión no existiría, porque resultaría absolutamente superflua. Si el hombre fuese inmortal no necesitaría que nadie le susurrase al oído el sometimiento a ningún Dios” (Pág. 156). Sobre este argumento me gustaría hacer unos breves comentarios.
Para que lo que dicen los autores sea mínimamente consistente debiera suceder que todas las creencias religiosas deberían estar basadas en la creencia de un alma inmortal o una vida después de la muerte. Ello, sin embargo, no ocurre. La historia registra creencias religiosas que niegan la existencia de un alma inmortal y en la vida después de la muerte. Los saduceos, por ejemplo, creían en Dios, en el sentido mosaico, pero no creían en la vida después de la muerte, ni en la resurrección de los muertos. Para ellos la vida terminaba con la muerte, no había nada más ― es muy conocido un pasaje de los evangelios en los que Jesús debate con un grupo de saduceos sobre la vida después de la muerte―. Lo más curioso de todo es que en otra página de su libro, inadvertidamente, sobre otro tema, y como olvidándose del argumento en cuestión, los autores hacen referencia a la existencia de los saduceos, aunque sin nombrarlos. En efecto, cerca de treinta páginas más adelante los autores dicen: “En época de Jesús de Nazareth aún había judíos que defendían que no había vida después de la muerte, pues esta explicación no tenía justificación doctrinal en los textos sagrados” (Pág. 187). Una clara forma de auto dinamitarse el piso por parte de García y Marset. Y es que mientras el hecho que todas las culturas crean en la existencia de un ser superior resulta algo completamente normal para los creyentes, para los escépticos no. Para estos últimos ello tiene que ser explicado por alguna otra razón, distinta a la existencia de un ser supremo. Ese afán, creo, a veces los lleva a crear argumentos forzados como el que cito en el caso de estos dos autores. ¿Se olvidaron éstos de su argumentación inicial? Parece que sí.
En general, tanto los argumentos a favor de la existencia de Dios como los argumentos en contra de ella sirven por igual a quienes creemos en Dios. Los argumentos en contra constituyen, cuando están bien sustentados, una forma de fortalecer nuestra fe, desafiándola y contrastándola. La ponen a prueba. Quizás por ello, cuando vi el libro me apresuré a leerlo para conocer qué razones exponía. Una de ellas es el argumento de que “[s]in la muerte, la religión no existiría, porque resultaría absolutamente superflua. Si el hombre fuese inmortal no necesitaría que nadie le susurrase al oído el sometimiento a ningún Dios” (Pág. 156). Sobre este argumento me gustaría hacer unos breves comentarios.
Para que lo que dicen los autores sea mínimamente consistente debiera suceder que todas las creencias religiosas deberían estar basadas en la creencia de un alma inmortal o una vida después de la muerte. Ello, sin embargo, no ocurre. La historia registra creencias religiosas que niegan la existencia de un alma inmortal y en la vida después de la muerte. Los saduceos, por ejemplo, creían en Dios, en el sentido mosaico, pero no creían en la vida después de la muerte, ni en la resurrección de los muertos. Para ellos la vida terminaba con la muerte, no había nada más ― es muy conocido un pasaje de los evangelios en los que Jesús debate con un grupo de saduceos sobre la vida después de la muerte―. Lo más curioso de todo es que en otra página de su libro, inadvertidamente, sobre otro tema, y como olvidándose del argumento en cuestión, los autores hacen referencia a la existencia de los saduceos, aunque sin nombrarlos. En efecto, cerca de treinta páginas más adelante los autores dicen: “En época de Jesús de Nazareth aún había judíos que defendían que no había vida después de la muerte, pues esta explicación no tenía justificación doctrinal en los textos sagrados” (Pág. 187). Una clara forma de auto dinamitarse el piso por parte de García y Marset. Y es que mientras el hecho que todas las culturas crean en la existencia de un ser superior resulta algo completamente normal para los creyentes, para los escépticos no. Para estos últimos ello tiene que ser explicado por alguna otra razón, distinta a la existencia de un ser supremo. Ese afán, creo, a veces los lleva a crear argumentos forzados como el que cito en el caso de estos dos autores. ¿Se olvidaron éstos de su argumentación inicial? Parece que sí.
Lo notorio, sin embargo, es que la argumentación de García y Marset se basa en una visión negativa de la fe. El consejo “deja de preocuparte y disfruta la vida” asume que la vida de los creyentes es afligida y aburrida. Como si la fe imposibilitara a los creyentes a disfrutar de la vida. Ciertamente, algunos creyentes, antes y ahora, han contribuido a que se tenga esa visión negativa de la fe. Algunas iglesias la han usado como una atadura, pesada y sufrida, que los creyentes deben estar prestos a cargar. Han proyectado un mensaje duro hacia las personas, confundiendo firmeza en la fe con dureza. Pero no son todas, y me atrevería a decir que tampoco la mayoría. Por otro lado, en mi experiencia personal, lo digo con franqueza, he conocido más gente feliz entre mis amigos creyentes que entre mis amigos escépticos. Incluso más libres, porque, aunque los dos autores lo desconozcan, una de las primeras cosas que la mayoría de recién conversos encuentra es la libertad.
2 comentarios:
kizas eso me falte...
pero sabes, le tengo colera
tu conoces gente feliz, pero yo lamentablemente conoci gente no se si feliz, pero k me han hehco infeliz.
Maga, qué decirte, sólo que si hay gente que te hace infeliz te alejes de ella. Verás que ser feliz depende más de uno que del resto. Y de rodearse de gente que realmente te quiera.
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