No creo en marcianos, pero me maravilla el libro de ficción "Crónicas Marcianas" de Ray Bradbury. En "Aunque siga brillando la luna", uno de los cuentos de este gran libro, un terrícola y un marciano tienen dos formas de ver un cuadro:
“Un hombre de la Tierra piensa: ‘En ese cuadro no hay realmente color. Un físico puede probar que el color es sólo una forma de la materia, un reflejo de la luz, no la realidad misma’. Un marciano, mucho más inteligente, diría: ‘Este cuadro es hermoso. Nació de la mano y la mente de un hombre inspirado. El tema y los colores tienen vida. Es una cosa buena’”.
Me parece un gran ejemplo de cómo, muchas veces, tratamos de razonar sobre cosas que no están hechas para razonar, sino para percibir, disfrutar, agradecer. El arte, por ejemplo. Si bien hay una teoría del arte, resulta absurdo supeditar nuestro gusto a esa teoría. Más, incluso, porque la teoría cambia.
En todo caso, la teoría está, desde mi punto de vista, para "explicar" por qué algo nos gusta o no, cosa distinta a condicionar nuestro gusto. Yo jamás supeditaría mi gusto a una teoría.
La percepción de belleza, por ejemplo, dicen los teóricos de la estética, tiene mucho que ver con la simetría. Y parece que sí, pero si eso fuera siempre así, ¿dónde quedaría la escuela cubista, que se caracteriza precisamente por su asimetría?
Las teorías son reemplazadas por nuevas teorías. Eso siempre ocurre. Nuestros gustos no pueden estar supeditados a esos cambios.
Muchas veces veo un cuadro y otro casi idéntico, pero el primero me gusta y el segundo no. Luego descubro que la única diferencia entre ambos es un punto. Da lo mismo, a efectos de disfrutar, que no lo hubiera descubierto. Y menos importa aun si alguien teoriza sobre el punto y su efecto estético en el cuadro.
Uno puede no tener la menor idea de cómo se forma la lluvia, pero, con toda seguridad, contemplar la belleza de una tarde lluviosa...
Millones de personas, durante generaciones, han visto las estrellas sin saber ni entender qué son (en el sentido de la Astronomía moderna de lo que son) y ello no ha impedido que encuentren belleza en ellas e, incluso, se hagan poemas.
El firmamento del cielo es, quizás, el mejor lienzo donde podemos ver la belleza, en este caso, de la creación de Dios, aun cuando no podamos entenderla del todo, sólo contemplarla, disfrutarla, admirarla. Para agradecerla.
Cristo de San Juan de la Cruz (Dalí, 1951)