Es un error nada infrecuente la tendencia a desdeñar el poder de la intuición dentro de un proceso de análisis racional. Un producto eminentemente racional puede haberse servido de la intuición, aun cuando nada en el producto final refleje rastros del aporte intuitivo. La ciencia, por ejemplo, está llena de historias que confirman el poder de la intuición. Muchos grandes inventos y descubrimientos científicos fueron producto de la intuición. De ella se valió Isaac Newton para vislumbrar lo que después, demostrándolo a través de un proceso racional, fue la famosa Teoría de la Gravitación Universal. De ella se valió también Arquímedes para demostrar el principio que lleva su nombre que determina la magnitud de la fuerza de empuje que experimenta un cuerpo sumergido en el agua. Y de ella se valió Einstein para formular su Teoría de la Relatividad. A Einstein se le atribuye, además, haber afirmado que la única cosa realmente valiosa es la intuición.
La intuición permite al científico orientarse hacia el sendero correcto o ver aquello que aún no es visible para el resto de mortales. Una poderosa intuición permite ver toda la figura que se oculta tras la ausencia de ciertas piezas de un rompecabezas, aun cuando haya pocas de ellas. Lo que para algunos puede significar una figura sin sentido, para alguien con un poderoso sentido intuitivo puede significar una figura completa. De la intuición se valen también los ajedrecistas cuando juegan al ajedrez. De ella se ha valido, como lo ha reconocido más de una vez, Kasparov para encontrar secuencias ganadoras durante una compleja partida de ajedrez.
Lo contrario también es cierto; es decir, que la intuición se apoye o fortalezca mediante un proceso racional, aunque esto sea más difícil de comprender. Me explico: nuestra capacidad intuitiva se potencia a medida que crece nuestra experiencia. (Según Kasparov, quien es incluso más radical al respecto, no se puede tener intuición en algo en lo que se tiene poca experiencia). Hay, necesariamente, un mecanismo racional que nos permita procesar nuestra experiencia y arribar a los convencimientos o cuasi-certezas con la ayuda de la intuición, tal vez a nivel subconsciente de manera que somos incapaces de saber que estamos, incluso, razonando. Por ejemplo, las imágenes que captan los ojos de un niño recién nacido significan poco o nada para él porque no puede distinguir las distancias entre objetos ni el sentido tridimensional y, por tanto, las figuras frente de él constituyen una masa sin una forma definida. Sólo la experiencia le permite a un recién nacido reconocer que los objetos se mueven y que tienen dimensiones. Por ejemplo, al captar que un objeto a medida que se aleja se reduce de tamaño y a medida que se acerca aumenta, le permite a éste entender que los objetos tienen dimensiones. Así, mientras mayor es nuestra capacidad analítica, mayor es la posibilidad de aprovechar nuestra experiencia; y mientras mayor es nuestra experiencia, mayor será nuestra capacidad intuitiva. El analizar nuestra experiencia nos permite entender cómo ocurrieron ciertos eventos y encontrar patrones de comportamiento en el mundo que observamos y, por medio de esos hallazgos, desarrollar nuestra intuición, apoyándonos en métodos racionales.
Dicho todo esto, sin embargo, no sabemos qué es primero, si la capacidad de razonar o de intuir, o si, más bien, ambas ocurren simultáneamente. Yo creo que, aun cuando no podamos tener certeza absoluta de la respuesta, lo que resulta innegable es que no sólo el poder de la razón sino también el poder de la intuición nos ayudan a comprender el mundo que nos rodea.
La intuición permite al científico orientarse hacia el sendero correcto o ver aquello que aún no es visible para el resto de mortales. Una poderosa intuición permite ver toda la figura que se oculta tras la ausencia de ciertas piezas de un rompecabezas, aun cuando haya pocas de ellas. Lo que para algunos puede significar una figura sin sentido, para alguien con un poderoso sentido intuitivo puede significar una figura completa. De la intuición se valen también los ajedrecistas cuando juegan al ajedrez. De ella se ha valido, como lo ha reconocido más de una vez, Kasparov para encontrar secuencias ganadoras durante una compleja partida de ajedrez.
Lo contrario también es cierto; es decir, que la intuición se apoye o fortalezca mediante un proceso racional, aunque esto sea más difícil de comprender. Me explico: nuestra capacidad intuitiva se potencia a medida que crece nuestra experiencia. (Según Kasparov, quien es incluso más radical al respecto, no se puede tener intuición en algo en lo que se tiene poca experiencia). Hay, necesariamente, un mecanismo racional que nos permita procesar nuestra experiencia y arribar a los convencimientos o cuasi-certezas con la ayuda de la intuición, tal vez a nivel subconsciente de manera que somos incapaces de saber que estamos, incluso, razonando. Por ejemplo, las imágenes que captan los ojos de un niño recién nacido significan poco o nada para él porque no puede distinguir las distancias entre objetos ni el sentido tridimensional y, por tanto, las figuras frente de él constituyen una masa sin una forma definida. Sólo la experiencia le permite a un recién nacido reconocer que los objetos se mueven y que tienen dimensiones. Por ejemplo, al captar que un objeto a medida que se aleja se reduce de tamaño y a medida que se acerca aumenta, le permite a éste entender que los objetos tienen dimensiones. Así, mientras mayor es nuestra capacidad analítica, mayor es la posibilidad de aprovechar nuestra experiencia; y mientras mayor es nuestra experiencia, mayor será nuestra capacidad intuitiva. El analizar nuestra experiencia nos permite entender cómo ocurrieron ciertos eventos y encontrar patrones de comportamiento en el mundo que observamos y, por medio de esos hallazgos, desarrollar nuestra intuición, apoyándonos en métodos racionales.
Dicho todo esto, sin embargo, no sabemos qué es primero, si la capacidad de razonar o de intuir, o si, más bien, ambas ocurren simultáneamente. Yo creo que, aun cuando no podamos tener certeza absoluta de la respuesta, lo que resulta innegable es que no sólo el poder de la razón sino también el poder de la intuición nos ayudan a comprender el mundo que nos rodea.