Hace como dos mil años, Pablo de Tarso, el apóstol, en su Carta a los Romanos, escribió: “Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa” (Romanos 1:20).
La historia de las civilizaciones no lo contradice, porque la idea de que fuimos creados por un ser superior está presente en todas la culturas. No obstante, algunos dicen que esa idea nace de la imposibilidad del hombre de explicar sus propios orígenes; o por el temor a lo desconocido y la necesidad de darle sentido a su existencia; etc., etc., etc.
Yo creo, simplemente, que es por lo que menciona Pablo. Porque existe en el hombre esa intuición, está en su naturaleza. Y esa intuición es mucho más fina de la que uno podría imaginarse. Más elaborada que la de hombres adorando al Sol, la Luna y demás astros. Cuando leí el siguiente extracto del libro “Pachacutec”, obras completas de Maria Rostworowski Tovar, me quedé gratamente asombrado.
Rostorowski cuenta el siguiente pasaje entre Pachacutec y los principales sacerdotes del imperio incaico con quienes se encontraba reunido (ver paginas 151-152):
“(…) les preguntó el Inca si ellos pensaban que existía un ser más poderoso que el Sol, que rigiera el destino de los hombres. Ante lo cual respondieron todos unánimamente, que no era permitido creer que pudiera haber un ser superior al Inti”». Según nos cuenta Rostorowski: “Frente a esta respuesta, largamente habló Yupanqui, demostrando a los sorprendidos sacerdotes la existencia de un ser supremo diciéndoles al terminar: «Cómo podría yo tener por dueño del mundo y señor universal al que para alumbrar la tierra está obligado a trabajar como un obrero todo el día, de aparecer y desaparecer para que haga día» (…). Por último les habló de un ser supremo, el Ticsi Viracocha Pachayachachic, señor de la creación”.
Este es un extracto de una de las plegarias del inca al ser supremo, superior al Sol, la Luna y los astros:
“Desde el mar de arriba en que permaneces.
Desde el mar de abajo
En que estás,
Creador del mundo
Hacedor del hombre
Señor de todos los Señores,
A ti
Con mis ojos desfallecen
De verte o de pura gana de conocerte (…)”
La historia de las civilizaciones no lo contradice, porque la idea de que fuimos creados por un ser superior está presente en todas la culturas. No obstante, algunos dicen que esa idea nace de la imposibilidad del hombre de explicar sus propios orígenes; o por el temor a lo desconocido y la necesidad de darle sentido a su existencia; etc., etc., etc.
Yo creo, simplemente, que es por lo que menciona Pablo. Porque existe en el hombre esa intuición, está en su naturaleza. Y esa intuición es mucho más fina de la que uno podría imaginarse. Más elaborada que la de hombres adorando al Sol, la Luna y demás astros. Cuando leí el siguiente extracto del libro “Pachacutec”, obras completas de Maria Rostworowski Tovar, me quedé gratamente asombrado.
Rostorowski cuenta el siguiente pasaje entre Pachacutec y los principales sacerdotes del imperio incaico con quienes se encontraba reunido (ver paginas 151-152):
“(…) les preguntó el Inca si ellos pensaban que existía un ser más poderoso que el Sol, que rigiera el destino de los hombres. Ante lo cual respondieron todos unánimamente, que no era permitido creer que pudiera haber un ser superior al Inti”». Según nos cuenta Rostorowski: “Frente a esta respuesta, largamente habló Yupanqui, demostrando a los sorprendidos sacerdotes la existencia de un ser supremo diciéndoles al terminar: «Cómo podría yo tener por dueño del mundo y señor universal al que para alumbrar la tierra está obligado a trabajar como un obrero todo el día, de aparecer y desaparecer para que haga día» (…). Por último les habló de un ser supremo, el Ticsi Viracocha Pachayachachic, señor de la creación”.
Este es un extracto de una de las plegarias del inca al ser supremo, superior al Sol, la Luna y los astros:
“Desde el mar de arriba en que permaneces.
Desde el mar de abajo
En que estás,
Creador del mundo
Hacedor del hombre
Señor de todos los Señores,
A ti
Con mis ojos desfallecen
De verte o de pura gana de conocerte (…)”