lunes, 15 de febrero de 2010

Anhelo de Libertad



x Carlos Tovar

Una de las cosas que como seres humanos más anhelamos es ser libres. Concebirnos y sentirnos seres libres. Sólo en libertad podemos volcar la esencia de nuestro ser, manifestarla y proyectarla hacia los demás. Existir y sentir plenamente. Ser nosotros.

Lo primero que pensamos cuando anhelamos ejercer nuestra libertad es el poder decidir por nosotros mismos lo que queremos hacer y cómo queremos hacerlo. Ciertamente actuar así puede ser un ejercicio de libertad, pero también de esclavitud. Me explico: la libertar de actuar no es lo mismo que ser libres, aunque se tienda a asumir que se trata de lo mismo. Podemos actuar soberanamente, sin aparentes limitaciones, pero conducidos por nuestros recelos, fobias, impulsos o rencores. Lejos de ser libres terminamos arrastrando cadenas. La libertad, antes que nada, consiste en ser libres de sentimientos que nos encadenan, que nos atan de manera sutil pero profunda, que nos impiden ser verdadera y auténticamente nosotros y ser mejores personas.

La mayor parte de las veces, estos mutiladores de libertad aparecen tempranamente en nuestras vidas, siendo pequeños aún, tanto que muchas veces no somos capaces de darnos cuenta que están allí, que conviven con nosotros y que nos dominan. Con pequeños eslabones van construyendo cadenas que, con el paso del tiempo, tienden a ser gradualmente más largas y pesadas. Parecería incluso que es casi imposible crecer sin arrastrar alguna cadena.

Cuando somos niños somos más libres, pero también más susceptibles a que se nos causen heridas que luego nos quiten libertad, nos predispongan a ciertas conductas en nuestra vida posterior. Las heridas creadas en un niño lo pueden condicionar a actuar en su vida adolecente y adulta de manera destructiva para con los demás y para consigo mismo (lo destructivo termina siendo, además, autodestructivo). Conforme crecemos van haciéndose más fuertes o apareciendo nuevas, producto de malos hábitos desarrollados durante nuestra vida adolecente o adulta, o, repentinamente, producto de un trauma. Algunos podemos terminar siendo esclavos del rencor y la intolerancia. Algunos otros, de la mentira y la infidelidad. Otros, de la ira y los deseos de venganza.

Todos estos sentimientos son cadenas que merman nuestra libertad, y aunque tal vez son menos visibles que aquellas causadas por la dependencia al alcohol y las drogas, pero no menos esclavizadoras que ellas. Entre todas ellas hay tres grandes esclavizadores y mutiladores de nuestra libertad a las que me referiré: la mentira, el rencor y la codicia. Son cercenadores de nuestra libertad porque nos afectan en lo más íntimo y trastocan nuestra capacidad de relacionarnos con nuestros pares, de vivir en paz. Calan tan profundo en nosotros que a veces es difícil saber que están ahí, cimentadas a través de los años, desde niños, pero que, finalmente, terminan reflejándose en nuestros actos y en nuestra forma de actuar con el resto de personas.

El rencor nos ata y une a la persona que nos ofendió de una manera intensa. Por paradójico que resulte la persona que menos queremos tener cerca resulta ser la más cercana mientras guardemos rencor por ella. El perdón, por el contrario, nos libera. Nos libera incluso si la persona a la cual perdonamos no es consciente del daño que nos causó, o aun si ni le interesa nuestro perdón. Sin embargo, como el rencor es un sentimiento tan profundo y entremezclado con otros sentimientos, perdonar es mucho más complicado que el sólo desear perdonar. Sólo cuando nos damos cuenta que el perdón es primordialmente un acto de piedad hacia nosotros mismos, es que tenemos mejores posibilidades de ejercerlo como un acto de libertad. La mentira es también una gran mutiladora de nuestra libertad. Una mentira nos lleva a otra y a otra y a la construcción de una vida basada en el engaño y dependiente de él. Cuando mentimos somos incapaces de ser libres porque no somos capaces ni siquiera de ser libres de nuestras falsedades. Y pueden crecer al punto que llegamos a ser dependientes de ellas y creernos nuestras propias mentiras para poder sentirnos bien con nosotros mismos. Mentir es no aceptarse así mismo, avergonzarse de uno. La verdad, por el contrario, es liberadora y es, como explico luego, la mejor arma para empezar a ser libres. La codicia, por su parte, ata nuestra libertad a los deseos de riquezas, de lo material, matando el valor que debiéramos darle a nuestras relaciones personales porque condicionamos nuestro bienestar a lo material. Cuando codiciamos, nuestra necesidad y dependencia crece. Perdemos libertad. [El dinero no puede comprar nuestra libertad, sino, por el contrario, convertirse en una cadena más de dependencia. Las “libertades” que alcanzamos con dinero son falsas libertades. La comodidad no es libertad]. La codicia nos envilece, nos trae frustración, nos confronta con el resto y con la realidad. Nos trae ansiedad, nos quita paz.

No nacemos con estas cadenas, sino que se agregan nuestras vidas. Debemos sacarlas de nuestras vidas, si queremos ser verdaderamente libres. Para lograr una libertad que dependa más de lo que sentimos que de lo que hacemos, porque la libertad se manifiesta más en lo que sentimos que en lo que hacemos. Una libertad que debiéramos sentir aun si estamos entre cuatro paredes. Solos o acompañados. Con dinero o sin él. Para ello lo primero es aceptar que esas cadenas existen y que nos pesan. Encararlas con verdad. La verdad nos libera, nos quita peso de encima. Cuando nos confrontamos con la verdad es cuando empezamos a ser verdaderamente libres. La verdadera libertad que debiéramos desear, primero que nada, es aquella que aun en ausencia poder decidir a dónde ir o qué hacer, ―ya sea por limitaciones materiales, físicas o circunstanciales―, nos permite recuperar nuestra naturaleza y esencia. Nuestro ser humano. Y vivir en paz.

domingo, 7 de febrero de 2010

La fe no camina sobre cadenas


Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta la vida” es, además del slogan de la conocida campaña atea iniciada el año pasado en España, también el título del libro de Gabriel García Volte y Joan Carles Marset, dos escépticos que exponen sus dudas y objeciones a la existencia de Dios, en esta publicación de noviembre de 2009.

En general, tanto los argumentos a favor de la existencia de Dios como los argumentos en contra de ella sirven por igual a quienes creemos en Dios. Los argumentos en contra constituyen, cuando están bien sustentados, una forma de fortalecer nuestra fe, desafiándola y contrastándola. La ponen a prueba. Quizás por ello, cuando vi el libro me apresuré a leerlo para conocer qué razones exponía. Una de ellas es el argumento de que “[s]in la muerte, la religión no existiría, porque resultaría absolutamente superflua. Si el hombre fuese inmortal no necesitaría que nadie le susurrase al oído el sometimiento a ningún Dios” (Pág. 156). Sobre este argumento me gustaría hacer unos breves comentarios.

Para que lo que dicen los autores sea mínimamente consistente debiera suceder que todas las creencias religiosas deberían estar basadas en la creencia de un alma inmortal o una vida después de la muerte. Ello, sin embargo, no ocurre. La historia registra creencias religiosas que niegan la existencia de un alma inmortal y en la vida después de la muerte. Los saduceos, por ejemplo, creían en Dios, en el sentido mosaico, pero no creían en la vida después de la muerte, ni en la resurrección de los muertos. Para ellos la vida terminaba con la muerte, no había nada más ― es muy conocido un pasaje de los evangelios en los que Jesús debate con un grupo de saduceos sobre la vida después de la muerte―. Lo más curioso de todo es que en otra página de su libro, inadvertidamente, sobre otro tema, y como olvidándose del argumento en cuestión, los autores hacen referencia a la existencia de los saduceos, aunque sin nombrarlos. En efecto, cerca de treinta páginas más adelante los autores dicen: “En época de Jesús de Nazareth aún había judíos que defendían que no había vida después de la muerte, pues esta explicación no tenía justificación doctrinal en los textos sagrados” (Pág. 187). Una clara forma de auto dinamitarse el piso por parte de García y Marset. Y es que mientras el hecho que todas las culturas crean en la existencia de un ser superior resulta algo completamente normal para los creyentes, para los escépticos no. Para estos últimos ello tiene que ser explicado por alguna otra razón, distinta a la existencia de un ser supremo. Ese afán, creo, a veces los lleva a crear argumentos forzados como el que cito en el caso de estos dos autores. ¿Se olvidaron éstos de su argumentación inicial? Parece que sí.

Lo notorio, sin embargo, es que la argumentación de García y Marset se basa en una visión negativa de la fe. El consejo “deja de preocuparte y disfruta la vida” asume que la vida de los creyentes es afligida y aburrida. Como si la fe imposibilitara a los creyentes a disfrutar de la vida. Ciertamente, algunos creyentes, antes y ahora, han contribuido a que se tenga esa visión negativa de la fe. Algunas iglesias la han usado como una atadura, pesada y sufrida, que los creyentes deben estar prestos a cargar. Han proyectado un mensaje duro hacia las personas, confundiendo firmeza en la fe con dureza. Pero no son todas, y me atrevería a decir que tampoco la mayoría. Por otro lado, en mi experiencia personal, lo digo con franqueza, he conocido más gente feliz entre mis amigos creyentes que entre mis amigos escépticos. Incluso más libres, porque, aunque los dos autores lo desconozcan, una de las primeras cosas que la mayoría de recién conversos encuentra es la libertad.

martes, 2 de febrero de 2010

LOST: perdidos en la Isla otra vez



Conozco a por lo menos media docena de personas, entre ellas yo, que empezó a ver LOST cuando la serie tenía ya unas tres o más temporadas en el aire y que tuvo que soplarse todas las temporadas previas en una o dos semanas para estar al día con la temporada de ocasión. Recientemente, una amiga para quien LOST no significaba nada hace muy poco acaba de entrar al grupito nada pequeño de seguidores de LOST ¡mirando las cinco primeras temporadas en dos semanas! Y no es que haya estado de vacaciones sino que la serie sencillamente la atrapó. Cuando se trata de LOST eso es completamente creíble. La serie engancha en one.

Todo el mundo, o mejor dicho, para no exagerar, sus seguidores, tenemos muchas expectativas sobre cómo concluirá la historia de LOST. Salvo algunos tropiezos en la segunda temporada, que por suerte no terminaron por malograrla, las demás temporadas etuvieron notables y terminaron de darle consistencia a la serie. Una serie que ha cruzado varios géneros, tantos que bien podrían algunos decir que es una serie de aventuras; otros, de misterio; otros por allá, de historias sobrenaturales; varios otros, de ciencia ficción; algunos otros, de debates filosóficos y existenciales (lo místico versus lo racional, la lucha entre el bien y el mal); y no pocos, de romance (sí, también cabe ese género).

Muchas fichas han sido mostradas ya para la temporada final, pero quedan varias cosas por definir. Conforme se acerque el capítulo final la conclusión se hará más evidente y el final más predecible, por lo menos con respecto a todo el misterio que rodea a la isla. Espero que, en ese respecto, el final sea coherente y que el afán por sorprender al público no termine por crear un final sin sentido o forzado (se pueden hacer giros inesperados cuando quedan muchos capítulos para poner más piezas al rompecabezas, pero no tantos cuando quedan ya pocos). El arte de los creadores estará en manos más de su maestría para contar historias en las que más o menos se puede intuir el final [un arte que, dicho sea de paso, dominan a la perfección, si recordamos varios capítulos con ese corte, especialmente “LaFeur”, uno de los episodios con el final premeditadamente más previsible de la 5ta temporada, pero magníficamente contado de principio a fin], que en su maestría para crear giros inesperados. Además, no lo necesitan: la historia tiene otros elementos, además de los giros inesperados respecto a la isla, como el drama individual de cada uno de los personajes, que nos ha envuelto desde que comenzó la serie, que estoy seguro que el suspenso estará garantizado hasta el fin.

:)